Declaraciones sobre el II Congreso de Análisis Textual (La diferencia Sexual)

“LO FEMENINO ES INDOMABLE”
Amaya Ortiz de Zárate, es profesora de psicología, Directora de la revista Trama & Fondo y autora de varios libros sobre publicidad y arte.

Autores: Francisco Cordero y Marisol Romo

Amaya Ortiz de Zárate es miembro del comité científico Trama y fondo, asociación cultural nacida con el objetivo de difundir y crear un marco institucional en torno a la teoría del texto. Dicha teoría viene a llenar el hueco que, en las ciencias humanas, existe en el análisis de las artes como “relatos” productores de sentido social. Esta asociación tiene prevista la organización de un congreso que tendrá por título La diferencia sexual; sobre este tema gira la siguiente entrevista.

Pregunta: El congreso tiene por tema general la diferencia sexual. Socialmente existen dos discursos claramente diferenciados. Uno, muy dominante, el de la equiparación de los sexos, otro sin embargo es el que plantea potenciar la diferencia. ¿cuál es tu opinión al respecto y qué argumento te parece el más adecuado para avanzar en “buena dirección”?

Respuesta: Efectivamente el discurso dominante es el de la igualdad que fue necesario y continua siéndolo; la igualdad salarial, jurídica, etc…, pero este discurso, por extensión, ha borrado todos los discursos de la diferencia. A nosotros nos parece interesante trabajar, rescatar, textos que nos hablen de la diferencia sexual, ya que la actividad sexual humana requiere de una simbólica que se construye en textos. De ahí la necesidad del tal trabajo analítico.

P: Hasta qué punto el discurso feminista de la “igualdad” no lleva aparejado en su límite una simbólica de la disolución de las respectivas identidades sexuales.

R: Estamos ya en un contexto post - capitalista que tendería a arrasar con cualquier simbólica, con cualquier ideología, no solamente con la diferencia sexual. El tema es de calado. El discurso de la “igualdad total” es feminista sin duda, pero también pertenece a sectores económicos, políticos, etc…, entonces, estaría mucho más ligado a una uniformidad de pensamiento, a un discurso único y al borrado de cualquier frontera o de cualquier límite.

P: El feminismo tradicional se demostró eficaz y necesario en la consecución de una igualdad jurídica para las mujeres. Pero el actual feminismo, no podría entenderse, en términos marxianos, como una “forma ideológica” de este nuevo y refinado capitalismo.

R: Podía ser asimilable a esa ideología si es que existe ya alguna ideología como tal, quiero decir que desde el propio marxismo se entiende que aquellas establecerían los límites, precisarían del límite y la diferencia. Probablemente nos encontramos con una “post - ideología”.

P: ¿Qué es una mujer sin complejos, en una sociedad en la que se la utiliza como “mercancía de deseo”, o se le hace pasar a la mujer adulta por cánones de belleza adolescentes, o tiene que atenerse a modelos de convivencia laboral fuertemente competitivos?

R: Más allá de este proceso de mercantilización en el que la mujer pueda aparecer como “fetiche mercantil”, lo importante sería que una mujer fuera capaz de preguntarse precisamente eso: ¿en qué consiste ser mujer? Cuál puede ser su vía de acceso al ser, llegar al pensamiento de su identidad. Lo importante sería que pudiera hacerse tal pregunta.

P: A raíz del psicoanálisis, una pregunta como la que se nos plantea aquí (“¿qué es una mujer?”), se reveló como esencialmente problemática. ¿Tu crees que hay respuesta a tal interrogante?

R: El psicoanálisis trabajó desde sus orígenes la cuestión del deseo femenino, precisamente por eso no la puede responder, responder una cuestión semejante sería anularla. Pero la cuestión va más allá: no es solamente “¿qué es ser una mujer?”, sino qué es ser, cual es la vía de acceso al ser. Esa pregunta está generando otra de fondo.

P: ¿Cuales serían los complejos femeninos que tu localizarías como los más marcados actualmente?

R: La cuestión sería poder responder a esa pregunta, la pregunta por el ser de la mujer, desde otros parámetros. Por ejemplo, si nos preguntamos qué es ser una mujer en nuestros días, respondemos cosas del tipo “una mujer que accede al poder”, o “una mujer capaz de escalar puestos en la sociedad”. Bien, eso puede funcionar como una manera de dar carpetazo a la angustia suscitada por una cuestión semejante, que es una cuestión de lo más abierta y problemática. La vía de acceso al ser femenino es la posición femenina, que es y fue siempre muy difícil; todos, dentro de esta cultura, estamos de espaldas a lo femenino, recusamos en cierta medida lo femenino cuando lo presentamos como una vía de acceso al poder. El pensamiento feminista, paradójicamente, ha contribuido mucho a esta estrategia de recusación de la posición femenina al considerar negativos o alienantes determinados valores tradicionales de la simbólica de los sexos. Si se renuncia a eso que nos parece tan negativo todos perderemos muchísimo.

P: ¿Dónde verías tu los complejos en el hombre?

R: Justo el contrario, es decir, si el hombre cree tener “lo que a la mujer le falta” el mayor complejo del hombre sería el miedo a perderlo. Toda pérdida para la mujer, en cambio, sigue quedando del lado de lo femenino, el hombre, por contra, no puede perder. La verdadera fortaleza femenina es la asunción de la falta, esa es una fuerza enorme, el mayor temor es el de perder lo que se tiene, o lo que se cree que se tiene.

P: La mayor fortaleza de lo femenino radica, según tu opinión, en la conciencia de su falta, de su limitación como ser. Pero las religiones y discursos filosóficos nos presentan al ser humano en idéntica situación de consciencia radical de sus límites, esto nos lleva a la conclusión de que la posición femenina estaría en líneas generales más cerca del saber. Nos encontraríamos en la actualidad entonces con una antinomia de esta posición en esa imagen del self made man, que se quiere también para la mujer, una especie de self made woman.

R: Sí, ahí hay una posición de la mujer muy incómoda realmente, y de hecho ya tenemos tasas de infartos, en aquellos contextos competitivos, que se acercan a las masculinas.

P: Hay algunos ejemplos televisivos que vienen a ilustrar la tensión que se produce, en determinados ambientes de trabajo, entre el hecho de ser mujer y ser un “ganador”; tal es el caso de la serie Anie Mcbeal. ¿Cuál es tu opinión al respecto de este ejemplo que se propone en parte como modelo de equilibrio?

R: No he visto tanto la serie pero me parece que su protagonista es una persona restrictiva, fruto de ese ambiente tan hostil a las relaciones amorosas en el que se desenvuelve. Es una mujer prototípica, ha llegado al éxito, ha triunfado, pero, una vez ahí, algo le falta. Y ese aspecto, su falta de amor, es lo que nos lo presenta como un personaje simpático, más alocado. Es lo que la lleva a situaciones en las que mete la pata, se visualiza realizando sus deseos, es el inconsciente lo que la lleva a verse en las situaciones más paradójicas; es imposible que se perciba carente de algo en su situación, no obstante, es cierto, le falta el amor, el situarse en una posición de objeto de deseo para un hombre. En líneas generales siempre falta algo, nunca se puede colmar absolutamente el deseo, pues terminaríamos por extinguirlo, y el deseo es lo que mueve el mundo. El problema de personajes como los de Anie Mcbeal, que en el fondo somos toda nuestra generación, es que tienen una serie de prioridades frente a las cuales sacrifican todo lo demás, parece que no hay manera de hacer carrera en este mundo competitivo. Es así que cuando tienes treinta y cinco o cuarenta años sacas del armario cosas que estaban en segundo plano pero que se revelan entonces como fundamentales.

P: ¿Es incompatible la economía de mercado con la posición femenina?

R: Completamente. Parece que las mujeres hemos de renunciar a hacer las cosas a nuestra manera y a nuestras prioridades si queremos triunfar. Las mujeres tienen dificultad para escalar en el escalafón social, no compiten bien. Bueno, a lo mejor es porque priorizan más cosas como la convivencia o las relaciones conseguidas en el trabajo y no dan tanta importancia a ese despacho que se encuentra en un piso más arriba en donde se está más alto. Aunque, en términos estrictamente mercantiles, la capacidad para hacer circular, para intercambiar cosas, es también muy femenina. No se si es un problema tanto del libre mercado como de los hombres que lo reproducimos, seguramente es posible y deseable otro tipo de libre mercado.

P: ¿Consideras que determinadas artes son más propicias a un sexo que a otro, o estaríamos ya hablando de una mera cuestión de oportunidades?

R: El arte, la creación, las musas, determinados tipos de arte se conjugan más en masculino o en femenino, pero yo creo que la creación artística requiere de los dos, de dos momentos. Por un lado, hay un momento de contacto con la oscuridad, con la incertidumbre, con la ingenuidad; ese momento es femenino, sería el proceso por el cual se pasa por una fase de oscuridad para que después algo se pueda perfilar. Pero luego hay un segundo momento, de formalización y ese es masculino. El arte requeriría de la capacidad de combinar ambas cosas. En cuanto al papel jugado por la mujer en el arte hay una antigua tradición que localiza la creación de la mujer en lo biológico, y semejante actividad la alejaría un tanto de la creación artística, porque ella lo realizaría en ese otro terreno. Creo por el contrario que es un problema de la función social ocupada por la mujer y las tareas que conforme a ella le toca realizar, no se puede hacer todo. No obstante la mujer ha jugado un papel importantísimo en el arte como inspiradora, protectora o mecenas. Aunque seguramente haya determinadas artes que se adaptan mejor a su forma de estar, como la música; no tanto la pintura que estaría más ligada con el hecho de visualizar, de representar, lo femenino por el contrario lo localizamos en ese momento previo a la certidumbre, y por lo tanto en lo invisible, en la condición necesaria para la determinación, pero previa a ella.

P: Siendo tu ponencia en el congreso sobre la obra de Marguerite Duras ¿En qué escritora y en qué escritor ves mejor reflejado lo femenino?

R: Hay grandes escritores que han escrito sobre lo femenino, y ahí podríamos citar a muchos, Freud es uno de ellos, Henry James, Clarín…, pero luego hay escritores que han escrito desde lo femenino, y aquí ya nos encontraríamos con la mística española y árabe, la tradición de la poesía amorosa. Es muy difícil decir quién lo ha hecho mejor, yo estoy trabajando con Marguerite Duras porque creo que es una escritora que trabaja esencialmente desde ahí, desde lo femenino, no quiere deshacerse de eso en absoluto, sino sufrirlo, roza en sus novelas la poesía y la mística.

P: ¿Cómo definirías tú el malestar sexual?

R: “Malestar” es una palabra muy débil. Una sexualidad coartada o imposible produce mucha miseria, mucho dolor, muchísimo desamparo, yo creo que esto es más serio que un simple “malestar”, o un “desorden”, que no dejan de ser formas labiles de expresión: no estamos en un malestar, estamos en un pánico, bordeando el caos en muchos casos.

P: ¿Estaríamos, a raíz de la pregunta anterior, ante un verdadero pánico ante el cuerpo?

R: Sin duda. Es como una ausencia de parámetros culturales que permitan a los sujetos acceder al goce sexual de una forma sostenible, y que dejaría a cada uno librado a la suerte de su propia invención. Entonces, lo que estamos viendo, después de la famosa revolución sexual de los setenta son unas relaciones sexuales ocasionales e instrumentales. Existe un vacío tremendo. Fue buscar la cara más espontánea, más lúdica del sexo, pero si despojamos al sexo de todo su aspecto cultural, no queda nada, o mejor, lo que queda es la ansiedad, que aparece cuando el deseo se vuelve imposible o inestable, ocasional.

P: La historia del arte y de la representación icónica en general nos remite insistentemente al cuerpo deseable de la mujer. ¿Es esto un ejercicio de “voyeurista” continuado?, y si es así: ¿estamos ante discursos pornográficos?

R: Yo reivindicaría la utilización del cuerpo de la mujer para representar lo erótico, el amor, porque permite visualizar algo difícil de conocer. Cualquier obra de arte que de verdad lo sea siempre va más allá del objeto deseado, del objeto así representado, siempre pasa a través de una cierta frustración, de algo que no termina de ser lo que parece. Eso respecto al arte verdadero. La mujer ha sido un ideal de lo bello para el arte, parece estúpido reclamar aquí igualdad de representaciones corporales de lo masculino en este terreno. Sin embargo, la publicidad, las imágenes masivas que construyen a la mujer como objeto deseable nos la presentan completa, perfecta para nuestro deseo, la mirada del artista es otra cosa que esto. En la pornografía no hay ningún trabajo de construcción, y, como la publicidad, trabaja con el supuesto común de que aquello que ofrece “lo es todo”, y además es posible obtenerlo. Una cosa es poseer el objeto con la mirada, y otra cosa es utilizar la mirada para saber de algo, tal sería el trabajo del artista, interrogarse por aquello que mira, incluso el cuerpo de la mujer. La pornografía embotaría la mirada al llenar de objetos la representación, no le permitiría el más mínimo espacio de referencia.

P: Mujeres como objetos o mujeres como sujetos. ¿Es esta una dicotomía conciliable?

R: Podría ser conciliable si precisamente el sujeto es el que sabe de su ser objeto para el otro, y al mismo tiempo no es eso que se puede poseer. Es absurdo e inútil estar en contra de lo femenino como objeto de deseo, pero precisamente el sujeto, el sujeto femenino en este caso, sabe que siendo eso no es sólo eso. Pero cuando hablamos de “sujeto”, lo hacemos en el sentido del “sujeto de la acción”, del sujeto gramatical: “yo que tengo”, “yo que hablo”. Desde esta idea del sujeto es muy difícil conciliarse con la subjetividad femenina.

P: ¿ Se consigue “dominar” lo femenino en cualquier caso en estos contextos competitivos, o mediante estos discursos disolventes de su identidad tan relevantes actualmente?

R: Lo femenino no es dominable, lo que es dominable son los sujetos, masculinos o femeninos. El discurso de la liberación femenina estuvo bien en su momento, todas sus aspiraciones, no digamos sus logros. Pero tales objetivos están en buena parte realizados, al menos seriamente reconocidos por las instituciones. Al margen de esto el discurso feminista está trabajando ya con una ilusión de libertad absoluta que es un delirio, una libertad total de ataduras como si la felicidad de una mujer pasara por liberarse de todo.

P: Carmen Alborch, que pasaría por ser un adalid del feminismo, propone la soledad como un valor positivo para la mujer, frente a la tradicional desacreditación de la mujer “sola” como “solterona”.

R: Sin duda ella coge lo que tiene, que es la soledad y dice: “yo he hecho lo que tenía que hacer y esto es lo que he obtenido, luego es lo que tenemos que hacer”.

P: ¿Existen también diferencias entre los sexos en desarrollo de lo que Freud define como los “diques” sexuales, es decir, el pudor, la repugnancia, la compasión, etc?

R: Si como creemos existen dos posiciones distintas en el encuentro sexual; y una de esas sería la del sujeto de la acción o agente y otro el objeto, o sujeto paciente, los diques son los mismos pero se accede a ellos desde lugares diferentes. La posición masculina sería más el sorprender, el ver, los juegos de los niños tienen que ver con eso, con descubrir, con desvelar. En cambio, la posición femenina tendría que ver con mostrarse, con ocultar, con provocar ese juego.

P: ¿Es verdad el tópico de que existe en la mujer una mayor inclinación a la represión sexual?

R: La sexualidad femenina es desbordante de ahí su necesidad de contención. La sexualidad femenina requiere otro ritmo, pero de ahí a la idea de que su sexualidad es difusa va todo un paso, eso es una falacia.

P: Estás de acuerdo con la afirmación de Freud de que la líbido es esencialmente masculina, independientemente de su objeto, sea este el hombre o la mujer?

R: Podría estar de acuerdo si consideramos la libido como energía ligada a un objeto. Como estamos hablando del deseo de poseer un objeto, es independiente cuál sea el signo de ese objeto, la libido es masculina

P: Esta naturaleza de la sexualidad femenina no identificable con un objeto ha llevado a psicoanalistas como Lacan a afirmar que la mujer “no existe”. ¿Cuál es tu opinión al respecto?

R: La mujer percibe mucho más la inanidad de los objetos porque precisamente no encuentra ninguno donde instalarse, no lo tiene, el hombre tiene elementos fálicos en los que se instala, se asienta psicológicamente en ellos. Lo femenino es también invisible en este aspecto, no tiene representación. Por esa dificultad de localizar los objetos de la mujer, y por la propia posición femenina es por lo que la mujer se manifiesta tan bien representada al hombre, sabiendo que ella no se localiza ahí tampoco. No obstante, volvemos a lo que comentábamos más arriba, esa posición está más cerca de cualquier saber, y es la actitud, esta propia de lo femenino, que declararon adoptar todos aquellos que pretendían alcanzarlo, hombres o mujeres. Precisamente por eso lo femenino recibe cierto descrédito como tal en nuestros días, por encontrarse más cerca de la conciencia de la falta, del límite, del cuerpo, de la muerte en definitiva.