Trama y Fondo
VI Congreso Internacional de Analisis Textual


Relatar una vida. La biografía en el cine. T. E. Lawrence (1888-1935) y
Lawrence of Arabia (David Lean, 1962)

     
Pablo Pérez López
Universidad de Valladolid
 

Dar cuenta de la vida de alguien, ser capaz de evocarla, de relatarla, es un viejo desafío humano. La literatura ha recogido testimonios bien antiguos, pero es seguro que los ensayos orales lo eran todavía más. Las sagas, las viejas historias que fundamentan la vida de grupos y familias, que se recitaban al amor de la lumbre y que constituían al grupo al contarle su historia, incluían siempre relatos sobre sus héroes. De alguna manera, el relato era imprescindible para reconocerlos como tales.

En el mundo contemporáneo el cine ha tomado en buena medida el relevo de esos medios tan eficaces y populares de transmitir la historia. La gran pantalla es el camino por el que muchos han recibido la idea que tienen de cómo fue el pasado y cómo fueron sus gentes, y lo transmite no al modo de la historia académica, sino con la fuerza persuasiva de esos viejos relatos familiares, como ha apuntado Robert Rosenstone:

El film tradicional nos explica la historia como una narración con un principio, un desarrollo y un final. Este relato lleva implícito un mensaje moral, por lo general optimista (…) la humanidad mejora y/o ha mejorado.

El cine explica la historia mediante los avatares de individuos, hombres o mujeres (más frecuentemente los primeros), que son importantes o que han de serlo porque la cámara los ha escogido para que tengan esa dimensión en la pantalla.» (El pasado en imágenes. El desafío del cine a nuestra idea de la historia, Barcelona, Ariel, 1997, p. 50)

La historia que cuenta el cine tiene siempre protagonistas, no es nunca abstracta, no puede serlo, pero hay un caso en que esa circunstancia está todavía más subrayada: en el caso de las biografías. Los relatos de vidas en el cine, relativamente frecuentes como género, requieren un doble subrayado de la cuestión del protagonismo. Su tema es una historia con un protagonista que es, precisamente, el que hizo la historia, el que la hizo relevante. De ahí que al género biográfico en cine se le haya llamado con frecuencia “biopic”, con un barbarismo nacido del tono épico típico de las cintas de tema biográfico.

Para acercarnos al tema de cómo el cine cuenta vidas hemos elegido una película de este género que está entre las mejores de la historia del cine, Lawrence of Arabia, de David Lean, que se ocupa de la vida de T. E. Lawrence (1888-1935). Hay un cambio en el nombre del protagonista que es ya significativo, de Lawrence a Lawrence de Arabia hay una distancia importante, que tiene que ver con los hechos que hicieron famoso a T. E. Lawrence y que son, precisamente, el asunto de la película, aunque no de toda, como veremos enseguida. La película tuvo éxito: ganó siete Oscar, incluido el de mejor película, en 1962, todo un récord de reconocimiento en su propio tiempo.

 
  Thomas Edward Lawrence  
     

Thomas Edward Lawrence nació el 16 de agosto de 1888 y falleció el 19 de mayo de 1935 de resultas de un accidente de motocicleta que le dejó en coma. Su padre fue Thomas Robert Tighe Chapman. El apellido Chapman se perdió de resultas de la historia de este hombre, que abandonó a su esposa y sus hijas para convivir con la que fuera institutriz de éstas: Sarah Junner, hija de un tal Lawrence, que terminó por dar nombre a la pareja de la que nacieron Thomas y sus hermanos.

Formado como historiador en Oxford, T. E. Lawrence se convirtió en un buen conocedor de la Antigüedad y la Edad Media y, de resultas de sus viajes y su gusto por la arqueología, en un buen conocedor del inglés, francés, alemán, latín, griego, árabe, turco y siríaco. En los años diez del siglo pasado participó en excavaciones en el actual Líbano y viajó por la región adquiriendo un detallado conocimiento geográfico de la península del Sinaí entre otros lugares. En 1914 comenzó a prestar servicios cartográficos al ejército británico con la actualización de la cartografía del desierto del Negev.

Poco después de estallar la Gran Guerra (1914-1918), Lawrence se integró en el ejército en la unidad de servicios cartográficos en El Cairo, desde donde las fuerzas británicas vigilaban la evolución de los territorios controlados por los turcos otomanos, aliados de los Imperios Centrales. Allí recibió la misión de viajar a la península de Arabia para fomentar la insurrección árabe contra los turcos que los británicos veían como un modo de debilitar a sus enemigos. Lawrence y otros fueron los encargados de inocular el virus nacionalista en las venas políticas del mundo árabe en un tiempo de convulsiones.

Y allí comenzó a forjarse la leyenda. Lawrence se convirtió en un asesor militar y político del Emir Feisal y el Sherif Hussein de la Meca, y consiguió logros inesperados con su actuación. Intervino no poco en ello su carácter y su capacidad de empatizar con los árabes, cuya lengua hablaba de forma fluida.

El conflicto de la península arábiga era casi un sueño para los británicos: con un esfuerzo pequeño generaban un gran problema para los turcos, que deberían movilizar un contingente importante de tropas para contener un conflicto interno. La guerra en el desierto tenía, además otras ventajas: podía presentarse como un auxilio para la liberación de un pueblo oprimido (los árabes por los turcos), y ofrecía un escenario de combate más caballeroso y espectacular que los barrizales de Francia o Bélgica, donde miles de británicos, entre ellos dos hermanos de Lawrence, dieron sus vidas en una guerra más absurda que cruel, en escenarios poco a nada épicos de los que el público estaba, además, cansado. Los combates de Oriente Medio, por contraste, con sus partidas a caballo o en camellos, con sus atentados contra trenes, tenían algo de… cinematográfico. Esa fue justamente una clave de nuestra historia. Volveremos sobre ella.

 
  El esquema de David Lean  
     

El esquema narrativo que adopta David Lean resulta muy interesante y efectivo, hasta el punto de que ha inspirado el de otros directores como Richard Attenborough en su Gandhi (1982): para hablar de una vida, comienza por la muerte. Se trata de una larga escena que recrea el accidente de motocicleta que causó la muerte de Lawrence, una escena sin palabras que parece pensada ante todo para hacer pensar al espectador, que se supone conoce los hechos (el accidente ocurrió en 1935, 27 años antes del estreno). Para reforzar ese efecto, en el estreno estaba previsto comenzar con una pantalla en negro durante cinco minutos, mientras sonaba la obertura de Fred Gilbert que es tema principal de la película.
Inmediatamente después la acción se traslada a la catedral de san Pablo en Londres el día de su funeral, allí se plantean las preguntas que la película quiere responder. Es decir, comienza con una pregunta sobre el sentido de la vida y sobre el conocimiento que se tiene de una persona. Un vicario (Noel Howlett) plantea la pregunta al coronel Brighton (Anthony Quayle) mientras los dos miran el busto de Lawrence que se ha puesto en la catedral: «¿Le conocía usted bien?». Brighton que, como sabremos más tarde, había sido el enlace militar en la operación de estímulo de la revuelta en el desierto, contesta con un indeterminado e intrigante

«Era un hombre extraordinario…
»Le conocía...»

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La cámara nos lleva entonces fuera del templo donde un periodista plantea la misma pregunta a otros protagonistas de la historia. En primer lugar el general Allenby, comandante en jefe de las tropas en Oriente Medio cuando estas marcharon sobre Palestina y entraron en Damasco. Allenby (Jack Hawkins) contesta con un «No, no. Yo no llegué a conocerle bien».

Tras el General se plantea la pregunta a alguien diferente, el señor Jackson Bentley (Arthur Kennedy), a quien el periodista se dirige diciendo «Usted sabe mucho sobre Lawrence». Bentley representa en la película a Lowell Thomas, un periodista norteamericano convertido en estrella mediática, especialmente de radio, en los años de la Gran Guerra. Fue él quien hizo la primera película sobre Lawrence, fue él quien inventó el apelativo y, de algún modo, el personaje Lawrence de Arabia, sobre el que publicó dos libros en 1925 y 1927. El T. E. Lawrence real detestaba el apelativo y la imagen que Thomas había difundido de él.
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Pero en nuestra película Bentley sí contesta al periodista sobre Lawrence, y lo hace doblemente, con una declaración pública y otra privada, hecha a su acompañante cuando marcha el periodista. La pública es laudatoria:
«Fue un poeta, un sabio y un poderoso guerrero.»
La privada, denigratoria:
«Y también el mayor exhibicionista desde Barnum y Bailey».
Barnum y Bailey fue el nombre de un famoso circo.
Frente a ese comentario interviene enardecido un nuevo personaje, que ha oído el comentario y lo desaprueba. También a este se le pregunta si conoció a Lawrence, y nos enteramos de que había estrechado su mano en una ocasión.

Para terminar, y para subrayar la compleja personalidad que la película quiere presentarnos, se vuelve a plantear la pregunta a un quinto testigo, su jefe de destacamento en El Cairo. Su contestación vuelve a bascular del lado del desconocimiento. Fue uno más de sus hombres pero, según confiesa «Yo nunca le conocí».
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El siguiente plano nos muestra a Lawrence haciendo uno de los trabajos que desempeñó en El Cairo: cartógrafo. Está pintando la costa de la península arábiga en el mar Rojo. Así comienza la acción con que se quiere retratar a T. E. Lawrence.
 
  Algunas precisiones más sobre el Lawrence real  
 

 

 

Hemos mencionado ya algunos datos básicos sobre T. E. Lawrence a los que conviene añadir algunas precisiones más.

Fue el segundo hijo de su padre y la “señora Lawrence”, y mostró desde joven un espíritu especial. Le gustaba, por ejemplo, ponerse a prueba, permanecer sin comer durante días para saber cuánto podía resistir, o nadar en agua fría en la oscuridad con un propósito parecido.

Tras defender su tesis doctoral en Oxford, titulada The influence of the Crusades on European Military Architecture (Crusader Castles), trabajo en excavaciones en Siria entre 1909 y 1914. Conoció muy bien la región, en la que hizo más de 1.400 km a pie y aprendió la lengua y las costumbres de sus habitantes.

Incorporado al ejército en 1914 fue destinado a la Sección Geográfica en El Cairo. En 1916 fue enviado a fomentar la revuelta árabe contra los turcos y en esa tarea llegó más lejos de lo que se esperaba.

Terminada la guerra no consiguió hacer valer su criterio en la negociación de la paz por el veto francés a sus propuestas. Esta fue una de las causas de la intensa frustración de los árabes, que veían esfumarse el sueño de una nación árabe fuerte y unida, en cuyo nombre habían hecho, al menos teóricamente, la revuelta. Ciertamente, no eran solo los criterios franceses los responsables de ese fracaso, ni tampoco los intereses coloniales británicos, lo era también la intensa división interna de los árabes, y el problema kurdo y el turco, y muchos otros que se entrecruzaban en esa difícil región que iba camino de convertirse en un polvorín.

Lawrence regresó a Oxford, donde se encontró que la prensa y la película de L. Thomas sobre él le habían hecho famoso. Toda su vida buscó huir de esa fama. En 1922 renunció a su rango de coronel, se cambió el nombre por Ross e ingresó en la Royal Air Force, la RAF, como soldado. Lo expulsaron poco tiempo después.

A continuación preparó su libro con un relato sobre lo sucedido en Arabia: Seven Pillars of Wisdom.

En 1923 consiguió reingresar en el Ejército y luego en la RAF como mecánico o administrativo. Cambió de nuevo su nombre por el de T.E. Shaw. Fue destinado a la India, donde sirvió en el actual Pakistán, en la frontera con Afganistán.

Volvió a Gran Bretaña donde, tras finalizar su contrato con la RAF, cultivó su afición por viajar en motocicleta, perfeccionó el servicio de lanchas para hidroaviones…, y siguió escribiendo: The Mint, Revolt in the Desert, The Odyssey (traducción de Homero para los EE. UU.), etc.

Tras el citado accidente del 13 de mayo de 1935, entró en coma y falleció el 19 de ese mismo mes.

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La cuestión biográfica  
   

Para seguir adelante conviene abordar ahora algunos puntos relativos a la elaboración de biografías que nos ayuden a situar en su contexto el análisis que pretendemos sobre el modo de contar vidas del cine.

Una primera cuestión básica puede ser la que plantea una de las más destacadas filósofas del siglo XX, Hannah Arendt:

«El hecho de que el hombre sea capaz de acción significa que cabe esperarse de él lo inesperado, que es capaz de realizar lo infinitamente improbable. Y una vez más, esto es posible debido sólo a que cada hombre es único, de tal manera que con cada nacimiento algo singularmente nuevo entra en el mundo.» (La condición humana, 1958).

La cuestión es tan importante que equivale a identificar la libertad como elemento diferenciador de los humanos. No son, no somos, predecibles del modo que lo son los animales, que tienen, por eso, biología, mientras que nosotros tenemos historia. La historia de un hombre, de su vida, es el relato del su uso de la libertad, de su capacidad de sorprender, de su acción en el sentido en que Arendt emplea la palabra.

Ahora bien, las historias que contamos y la historia de una vida tienen una diferencia esencial que destaca la misma autora: «La diferencia entre una historia real y otra ficticia estriba precisamente en que ésta fue “hecha”, al contrario de la primera, que no la hizo nadie.» (ibid.)

Hay una diferencia en la autoría de la historia que nos coloca en una posición difícil al interpretar una vida, al tratar de comprenderla. Y precisamente ahí reside una clave para el conocimiento de las personas:

«La historia real en la que estamos metidos mientras vivimos carece de autor visible o invisible porque no está hecha. El único “alguien” que revela es su héroe (…). Sólo podemos saber quién es o era alguien conociendo la historia de la que es su héroe, su biografía, en otras palabras; todo lo demás que sabemos de él, incluyendo el trabajo que pudo haber realizado y dejado tras de sí, sólo nos dice cómo es o era.» (ibid.)

Este es el desafío de la narración biográfica: acercarse al conocimiento de quién fue alguien, no solamente de qué hizo. De ahí la pertinencia de la pregunta que se plantea una y otra vez al comienzo de la película: «¿Le conocía usted bien?», y de ahí la gradación en las respuestas, que parecen afirmar que cuanto más se le frecuentó menos capaz se es de decir que se le conocía bien. Sólo el más superficial de los testigos se atreve a emitir un juicio tajante, incluso dos, como si lo supiera todo sobre alguien. En ese sentido El tratamiento dispensado por David Lean y su guionista, Robert Bolt, a la vida de Lawrence enseña algunas cosas.

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  La biografía según Lean y Bolt  
     

En primer lugar los límites del conocimiento biográfico. «Conocer bien» a alguien es una de las tareas más difíciles que nos podemos proponer, y conviene acercase a ella conscientes de esa dificultad, manifestando explícitamente que existe y que la tentemos en cuenta.

Quizá la razón más importante para que esto sea así es la profundidad insondable de lo que pretendemos conocer: no podemos dar razón exhaustiva de alguien. El pensamiento humano ha tendido justamente a lo contrario, como ya advertían los griegos con la sentencia de la esfinge: «al que desvele el misterio, el misterio le matará». Pienso que debe entenderse con ese aforismo que quien pretenda haber desvelado hasta el fondo el misterio oculto en la realidad, y especialmente en los hombres, ha incurrido en un acto de arrogancia intelectual que le deja ciego para contemplar la riqueza que tiene delante. El racionalismo que podemos llamar fundamentalista, que se concibe y declara capaz de conocerlo todo y explicar cualquier cosa, hasta el final, está condenado. Al pretender que ha desvelado el misterio ha muerto como posibilidad de conocimiento.

En el tema que nos ocupa, una forma grosera de matar el conocimiento de alguien sería tratar su vida como espectáculo, al modo Lowell, el periodista estrella. Bien se ve aquí que los llamados reality show no son un fenómeno reciente, al menos como concepto. Su formato ha variado, pero ese tipo de caricatura del conocimiento de alguien está siempre ante y entre nosotros.

El problema, en efecto, es antiguo. En los tratados clásicos se distinguía la virtud de la studiositas, el afán de trabajar algo seriamente y de profundizar en ello, con esfuerzo, todo lo posible, con método y fijeza, al vicio de la curiositas, el afán inmoderado de conocer novedades, superficial, falto de atención y fijeza, poco o nada responsable. Tomar uno u otro camino para acercarse al conocimiento de alguien es cuestión fundamental y da frutos bien distintos.

Por otra parte, la biografía entrelaza las vidas de su protagonista y de su autor. Los dos están implicados en la biografía casi a partes iguales. Ciertamente la vida es del protagonista, pero el relato es del autor, que es responsable por entero de él. Toda biografía es narración, no vida real, por más que consideremos que es tanto mejor cuanto más nos acerca a lo que la vida real fue. Pero debemos recordar que el conocimiento biográfico, que es un conocimiento real, no lo podemos confundir con la realidad por más que nos hable de ella más o menos fielmente.

La responsabilidad que se contrae en el tratamiento de un tema así no es pequeña: no conocemos nada más valioso en la naturaleza que la vida humana. Tampoco nada más complejo. Atreverse a tratarla es un desafío intelectual lógico, hasta necesario en quienes se dedican a los estudios de humanidades, pero no puede ser abordado con ligereza.

 

  T. E. Lawrence y el Lawrence de Lean  

 


 

Por último, convendría decir algo sobre la relación entre nuestro personaje real y su interpretación en la pantalla a cargo de Peter O'Toole. ¿Es fiel a la figura de T. E. Lawrence el Lawrence de Arabia de David Lean y Robert Bolt? Según Jeremy Wilson, uno de los más reputados biógrafos de T. E. Lawrence hasta la fecha [Lawrence of Arabia or Smith in the Desert? (2006) www.telawrence.info/telawrenceinfo/legacy3/film/index.htm], la respuesta debe ser que no. Según Wilson la película «it is inexcusably and often pointlessly inaccurate». El biógrafo detalla 66 escenas del film que según él falsean hechos reales o son invenciones, y contradice las seis tesis principales del guión de Robert Bolt.

En ese sentido parece que cabría concluir que la película es un buen relato biográfico, pero una mala biografía. Tenemos que volver a la pregunta planteada de forma tan pertinente «¿Le conocía usted bien?», y para responderla tenemos que remitirnos a los textos del propio Lawrence y a las obras de sus biógrafos más concienzudos, como Wilson (Lawrence de Arabia, Barcelona, Circe, 1993) o robert Graves (Lawrence y los árabes, Barcelona, Península, 2006), por ejemplo.

De todos modos, conviene decir que hay diferencias en el grado de distorsión de una historia real: no es lo mismo lo que hizo Lowell Thomas que lo que hicieron Bolt y Lean. El relato de Lean sigue mereciendo que se le considere épico, aunque sea la vida de “Smith en el desierto”, como propone Wilson. Las razones de esa diferencia han quedado apuntadas ya y son una de las principales conclusiones de nuestro trabajo.

Como última, parece conveniente destacar que la película de Lean contiene al menos dos elementos valiosos: su subrayado de la complejidad que entraña abordar el conocimiento de una persona, y el esquema narrativo que propone, colocando como pórtico de la narración la pregunta acerca del sentido.

 
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