Trama y Fondo
VI Congreso Internacional de Analisis Textual

El falo y la V-1

     

Luis Martín Arias
Universidad de Valladolid

 
 
  Introducción: matemáticas y poesía  
     

Vamos a intentar reflexionar sobre el problema del conocimiento o, mejor dicho, en torno a las condiciones que debería cumplir una Teoría del Conocimiento que tenga en cuenta los conflictos que se desprenden de la relación, siempre problemática, entre el principio de realidad, lo real y el lenguaje. En todo caso hay que decir que es este un objetivo, el del conocimiento, que desde mi punto de vista está siendo abandonando por la Universidad en la actualidad, mucho más interesada en los procesos de “aprendizaje” o, incluso, de “autoaprendizaje”, que permitan la adquisición de “competencias”, “habilidades” y “actitudes” de cara a su adaptación a las necesidades económicas propias de la sociedad capitalista de mercado.

Muy lejos, por tanto, de  la experiencia de enseñanza basada en un maestro y de la vivencia que la misma permite, la de un verdadero conocimiento de la realidad (y de lo real), tal y como se desprende de los diálogos platónico –socráticos, por ejemplo el “Teeteto”, textoen el que se configuran los fundamentos de la que vamos a considerar como punto de partida para una Teoría del Conocimiento capaz de aunar las propuestas de la filosofía clásica con la Teoría de lo Simbólico que manejamos en T&F.

Esta teoría socrática, articulada por Platón en su citado diálogo, propone que todo conocimiento debe basarse en dos criterios:

  • Verdad
  • Justificación

Aunque finalmente la fórmula definitiva, que permite el arquitrabe de toda la teoría socrática, articulando los diversos ámbitos del saber, sea el famoso dictum: “conócete a ti mismo” (nosce te ipsum).

El desarrollo de dicha teoría socrática sobre la verdad y la justificación va a dar lugar, con el tiempo, a la aparición de ese sofisticado instrumento para el triunfo de la razón que es el método científico, el cual habrá de ser el motor del imparable avance de la modernidad, de la ilustración y del progreso científico y tecnológico, sólo posibles mediante el establecimiento de verdades (objetivas) que se justifican gracias a la verificación empírica completada, más adelante, merced a Popper, mediante el uso del instrumento conceptual de la “falsación”.  En todo caso, dicho desarrollo moderno del método científico fue posible gracias a las propuestas pioneras de Aristóteles, que al separar física y metafísica amplifican el alcance de la teoría platónica, pero con la salvedad de que, frente a lo que ha llegado a instaurar la epistemología contemporánea, en Aristóteles todavía estaba clara la diferencia dialéctica entre las “dos culturas”, estableciendo por un lado el ámbito del “Logos” (realidad, concepto, abstracción) y por otro el del “Mithos” (ficción, metáfora, analogía).

 
Fig_01
 
 

Fig. 1. Criterios lógicos de Verdadero (V) o Falso (F) aplicados a los dos campos del saber que podemos deducir a partir de Aristóteles

 
 

Es así como, para el “cientifismo” más cerradamente positivista la verdad (y su justificación) sólo pueden estar en el campo de la realidad y del logos (columna más a la izquierda, Fig.1), mientras que para el pensamiento postmoderno, dado que la verdad no existe, sino que es una mera construcción lingüística, tan artificioso y falso es el constructo del logos como del mithos (siguiente columna, segunda por la izquierda, en Fig.1).

Una variante del pensamiento romántico e irracionalista, opuesto al cientifismo positivista, va a ser la que propugna la existencia de la verdad exclusivamente en el campo del mithos (tercera columna por la izquierda, Fig.1). Frente a estas tres formas de encarar el problema del conocimiento (es decir de la verdad y su justificación), lo que aquí proponemos es que el acceso a la verdad y al conocimiento de la realidad y de lo real puede y debe hacerse tanto a partir del logos como del mithos (última columna a la derecha, Fig.1).

Dado que la Filosofía de la Ciencia y la Epistemología modernas han articulado fehacientemente las condiciones en las que es posible un conocimiento de la realidad mediante el establecimiento y justificación (falsable) de verdades objetivas, utilizando el método científico; y que por otra parte resulta más problemático sostener la existencia de verdades justificables mediante el mithos y la ficción, vamos a centrarnos más en esta otra vía de conocimiento, dado que, además, esta es quizá la tarea específica de la Teoría de lo Simbólico, en cuanto que puede suministrar rigor y nuevos fundamentos a la necesaria Gnoseología de las Dos Culturas (de la Ciencia y el Arte o, mejor dicho, del Logos y el Mithos).
 
En efecto, desde nuestro punto de vista es posible y deseable el establecimiento de verdades subjetivas, debido a que el lenguaje no se agota en su estructura lógico – formal, sino que tal y como ha establecido Jesús González Requena, está dotado de una Dimensión Simbólica. Aquí comparece, por supuesto, el problema del sujeto y de la enunciación, situando el asunto del conocimiento más allá del mero enunciado y de la preeminencia del objeto, característicos de la objetividad científica. Estamos por tanto en el ámbito de la metáfora, de la representación  y de la narración. O, mejor dicho, del Relato, en tanto que Texto como espacio / tiempo experiencial. Dicha experiencia, vital, tiene que ver con lo que podríamos denominar un “experimento”; pero uno en el  que el sujeto no está excluido, por lo cual su actualización (por parte del lector / espectador) permite justificar una verdad, inevitablemente subjetiva en este caso, que, eso sí, es algo muy distinto del “subjetivismo”; del mismo modo que la objetividad es diferente de su simplificación o degeneración “objetivista”.

 
Fig_02
 
 

Fig. 2. La fórmula del Relato Simbólico, tal y como la propone J.G. Requena en su libro “Clásico, manierista, postclásico. Los modos del relato en el cine de Hollywood”. Castilla Ed., 2006.

 

Esta vía subjetiva hacia el conocimiento nos permite cumplir el mandato socrático, el de conocernos a nosotros mismos en tanto que sujetos pulsionales, habitados por la pulsión de muerte (S. Freud) y el deseo de asesinato del otro como desvarío para eludir la propia muerte (Elias Canetti). Afrontamos de este modo, que puede ser doloroso pero también gozoso, no ya la realidad objetiva, sino lo real mismo de la experiencia, que está relacionada siempre, de alguna manera, con la experiencia sexual.
                 
Pero, ¿deseamos saber, queremos conocernos a nosotros mismos? Por supuesto que no, que nadie quiere verse a sí mismo como asesino y suicida en potencia y para satisfacer ese intenso deseo de no saber está la ideología, cuya definición canónica la proporcionó Marx mediante su fórmula: “sie wisen das nich, aber sie tun es”  (ellos no saben, pero hacen). Porque efectivamente, y ahí estriba la enorme eficacia de lo ideológico, se trata de un no saber que sin embargo permite hacer, es decir que esa falta de conocimiento verdadero paradójicamente propicia y refuerza nuestra capacidad de desarrollar las tareas cotidianas, las actividades económicas (lo profano, según la terminología de Georges Bataille).

El problema es que, para un animal que habla, como es el ser humano, todo tiene que ver con el lenguaje, tanto las dos vías al conocimiento verdadero (ciencia y arte) como la del no conocimiento (la ideología, en sus múltiples formas); lo cual puede explicar la confusión que han generado ciertas propuestas del pensamiento posmoderno contemporáneo, como las de R. Rorty y su famoso  “giro lingüístico” de la filosofía, basadas todas ellas, de una u otra manera en Wittgenstein y sus “juegos de lenguaje”. Por eso, en determinadas corrientes del pensamiento posmoderno se ha impuesto la idea de que, si todo son “juegos de lenguaje” que, por tanto, nos separan con sus artificios de lo real (incluso para algunos pensadores, más radicales, de la mera realidad empírica), impidiendo cualquier conocimiento verdadero, la ciencia también está atrapada en el interior de este mundo autorreferencial. No en vano el propio Wittgenstein propuso que la aritmética se sostiene por la fe, porque mucha gente cree en ella (como ocurre, dice, con el sistema bancario) y que finalmente son siempre las “tretas gramaticales las que nos convencen, incluso en matemáticas”.
Pero quizá ha sido J. Lacan el pensador que, en el pasado siglo, ha llevado más lejos esta idea, o la ha articulado de manera más adecuada, al establecer la separación radical entre los registros del lenguaje y lo real. Otros muchos autores, psicoanalistas lacanianos o pensadores postestructuralistas, han construido sus teorías a partir de este concepto lacaniano de lo real y de la imposibilidad del lenguaje para acceder a dicho registro; así M. Sauval, para quien “lo real es aquello que insiste más allá de la frontera alcanzada por la ciencia” o M. Serres para el cual, dándole la vuelta al enunciado del Evangelio según San Juan, “en el principio es el caos”; entendiendo a este caos como la definición de lo real mismo.

Pero, pese a lo que casi toda la filosofía contemporánea se han empeñado en sostener, el lenguaje y lo real pueden conectarse, pueden entrar en contacto, por eso es posible la existencia de la ciencia auténtica, debido a que es factible el establecimiento del hecho, como acontecimiento real, como suceso que realmente ha acontecido y del que hemos registrado una huella lingüística, que es la teoría o el discurso científico que lo tiene en cuenta (como cifra matemática) y lo trata de explicar, siempre en un contexto de falsabilidad, estableciendo de este modo una verdad fáctica que va más allá de la verdad lógica propia de la auto-referencialidad del lenguaje (verdad lógica de los enunciados que sería la única que podríamos admitir, a partir de las propuestas de Wittgenstein).

El hecho, tal y como lo establece el método científico, es decir la vía epistemológica hacia el conocimiento, es algo que se hace, que se fabrica. Los indicios de este proceso de elaboración están en las propias palabras que utilizamos:
  
- término: es allídonde acaba cierto límite del lenguaje y donde nace algo de otro tipo; del mismo modo que decimos, para referirnos al nacimiento de un  nuevo ser humano, que se ha producido un “embarazo a término”. Estamos en el ámbito de lo que se engendra.

 - concepto: es precisamente lo concebido

En definitiva, el hecho científico, la verdad fáctica, contiene una marca, una huella de lo real (y por tanto cierta verdad empírica), del mismo modo que en el ámbito gnoseológico poético es el texto el que permite, desde el juego de registros meramente semióticos e imaginarios un contacto con lo real, con determinadas huellas de lo real, merced a esa dimensión simbólica del lenguaje que ha definido J.G. Requena.

¿Y en la ideología? Pues también debe haber un cierto enlace con lo real, ya que lo ideológico no puede ser mero discurso, un simple globo imaginario (estaríamos entonces en un contexto lingüístico delirante, alucinatorio, y no es el caso). Lo que ocurre es que la vía ideológica de conexión con lo real no es la del conocimiento o el saber, sino la del odio al otro (y a uno mismo). Esa es la tarea que aguarda siempre a la política, como complemento del discurso ideológico, la de gestionar el odio (tal y como muy bien analizó Carl Smitt), lo cual permite finalmente la conexión de lo ideológico con el poder, entendido este como cauce al deseo asesino (Canetti).

 
Fig_03
 
  Fig. 3. El Taoísmo, como otras filosofías clásicas de la Antigüedad, permite concebir la realidad como equilibrio dialéctico entre dos componentes, puestos en relación con una tercera dimensión: el Tao (o vacío esencial) que podemos entender como lo real.
 

En resumen, y más allá de lo ideológico, el lenguaje permite conocer de lo real (y establecer el principio de realidad a partir de la dialéctica razón / pasión) a través de dos vías (o “dos culturas”): la ciencia y el arte, la epistemología científica y la gnoseología poética (ver Fig. 3). Tenemos por tanto dos lenguajes para conocer el mundo, el de las matemáticas y el de la poesía; pero en los últimos siglos, desde la emergencia de la modernidad y la fractura entre razón positiva por un lado y pasión romántica por otro, entre ambos lenguajes no se han producido nada más que malentendidos. De estos desencuentros y de sus aspectos específicos en la posmodernidad, trata el resto de esta intervención.

 
  El uso constructivista de conceptos científicos  
 

 

 

De los múltiples desencuentros y malentendidos generados en la modernidad entre las dos culturas, entre el lenguaje de las matemáticas y el de la poesía o, centrándonos ya más en concreto en el ámbito del conocimiento, entre objetividad y subjetividad, en las últimas décadas del pasado siglo XX, en las que se produjo la hegemonía del estructuralismo y el postestructuralismo tanto en Europa (fundamentalmente en Francia) como en los EE.UU. (aunque allí reducida al entorno de las facultades universitarias de humanidades) destacó el uso desinhibido por parte del pensamiento posmoderno y de la filosofía del giro lingüístico de términos y conceptos provenientes del campo epistemológico de la ciencia, utilizados fuera de su contexto (de verificación empírica y falsabilidad), posiblemente debido a la idea de que, puesto que todo son artificios o juegos de lenguaje, estaría permitido manejar cualquier palabra de esta manera tan relativista y carente de rigor epistemológico. Precisamente, por haber denunciado este fenómeno, es por lo que se produjo la famosa polémica, suscitada por Alan Sokal y Jean Bricmont con su libro “Imposturas intelectuales” (1999), de cuyo texto vamos a extraer como ejemplo la crítica que los autores realizan a Jacques Lacan, a propósito de un supuesta utilización abusiva por su parte de términos provenientes de las matemáticas.

En efecto, Lacan en “Subversión del sujeto y dialéctica del deseo en el inconsciente freudiano” (Escritos 1: 334; 1960. 10ª ed.) afirma lo siguiente: “Es así como el órgano eréctil viene a simbolizar el lugar del goce, no en sí mismo, ni siquiera en forma de imagen, sino como parte que falta en la imagen deseada: de ahí que sea equivalente al √-1 de la significación más arriba producida, del goce al que restituye por el coeficiente de su enunciado a la función de falta de significante: (-1)”.

A propósito de esta cita de Lacan, Sokal y Bricmont dirán con ironía en “Imposturas intelectuales”: “Tenemos que reconocer que es preocupante ver cómo nuestro órgano eréctil se identifica con √-1” para rematar, con sarcasmo: “Eso nos hace pensar en Woody Allen”. Antes de entrar de lleno en la polémica suscitada por estos autores, provenientes ambos del campo científico, con el psicoanálisis lacaniano (la más seria y prolongada a lo largo del tiempo, de las generada por su libro) tenemos que precisar que Sokal y Bricmon escriben su obra movidos por tres motivaciones: la primera es un deseo de abrir un debate en torno a la filosofía de la ciencia, para cuestionar el relativismo y el constructivismo posmodernos; la segunda es unadenuncia explícita a una serie de impostores muy concretos y, por último, les mueve asimismo una motivación política, la de reivindicar desde la izquierda un realismo epistemológico, en línea con la tradición del cientifismo positivista, pero adaptado a la nueva situación de finales del siglo XX.

Recordemos que todo comenzó con el famoso artículo trucado de Alan Sokal “Transgredir las fronteras: hacia una hermenéutica transformadora de la gravedad cuántica”, publicado en 1996 en la revista “Social Text”, buque insignia de los “estudios culturales” en los EE.UU. Allí, Sokal hizo una parodia, encubierta de seriedad, del lenguaje relativista del constructivismo, con afirmaciones como la de que pese a que “muchos científicos (..) se aferran al dogma impuesto por la larga hegemonía postilustrada en el pensamiento occidental”, un “dogma” que afirma que “existe un mundo exterior, cuyas propiedades son independientes de cualquier ser humano individual e incluso de la humanidad en su conjunto”. Después, simula estar de acuerdo, desde la autoridad que le confería ser matemático y especialista en mecánica cuántica, es decir alguien procedente de las filas enemigas, las de la ciencia, con conclusiones del constructivismo que no pueden sino ser disparates, desde el punto de vista de la epistemología científica, como que “la realidad física, al igual que la realidad social, es en el fondo una construcción lingüística y social”, de tal modo que “la Л de Euclides y la G de Newton, que antiguamente se creían constantes y universales, son ahora percibidas en su ineluctable historicidad”.

El artículo, pese a ser según Sokal una serie de afirmaciones carentes de rigor y de sentido, puesta unas al lado de otras sin más finalidad que dar el pego, pasó todos los filtros y fue publicado, generando un escándalo que luego daría lugar al citado libro, “Imposturas intelectuales” publicado tres años después. ¿Cómo se pudo llegar a esta situación a finales del siglo XX, de tan notable desprecio desde el pensamiento humanista por el rigor del método científico? Como tantas otras cosas, quizá el origen esté en  F. Nietzsche cuando, en “Sobre verdad y mentira en sentido extramoral”, afirma que “toda la regularidad de las órbitas de los astros y de los procesos químicos, regularidad que tanto respeto nos infunde, coincide en el fondo con aquellas propiedades que nosotros introducimos en las cosas”. Desde ahí, negando la regularidad del mundo real, exterior a nosotros mismos, y considerándola sólo una propiedad que nosotros, desde el orden artificioso del lenguaje, extrapolamos hacia fuera, “construyendo” la realidad, es como hemos llegado, en la posmodernidad, al constructivismo social y al relativismo epistemológico o cognitivo.
Pero más allá de este interesante debate filosófico, la segunda motivación de Sokal y Bricmon será, como ya hemos dicho, denunciar a unos impostores concretos por su uso abusivo y poco riguroso de términos y conceptos científicos o matemáticos, dando varios ejemplos, algunos de los cuales son: J. Lacan, por su topología y lógica matemática, que le lleva a afirmar que “la estructura del neurótico coincide exactamente con la de un toro”; J. Kristeva, al decir que el lenguaje poético puede teorizarse en términos de “la cardinalidad del continuo”; Baudrillard, cuando afirma que las guerras modernas tienen lugar en “un espacio no euclidiano”; Deleuze, Guattari y Virilio, por su uso carente del más mínimo rigor de la relatividad, la mecánica cuántica y la teoría del caos o, finalmente, L. Irigaray: que utiliza la “mecánica de fluidos” para construir su teoría feminista.

Todos esos conceptos científicos y términos técnicos sufren en estos autores un empleo abusivo, fuera de contexto, sin justificar (ni mediante la lógica, ni por el conocimiento del método que los hace posibles) y se transforman así en conceptos abstrusos. Por ejemplo, en las obras de algunos de estos autores aparece el “axioma de elección en la teoría de conjuntos” que por los problemas metodológicos y epistemológicos que plantea se usa raramente en física y nunca en química o biología, entonces, se preguntan Sokal y Bricmon, ¿cómo es que se vuelven milagrosamente pertinentes en humanidades?

Por último, y esto nos interesa especialmente en nuestro trabajo, hay una motivación política en “Imposturas intelectuales”. Y nos interesa porque, al final de un debate que empezó en el terreno de la epistemología y la filosofía de la ciencia aparece inopinadamente la ideología, ya que al decir de los autores: “nuestro objetivo no es atacar a la izquierda, sino ayudarla a defenderse de un sector de ella misma que se deja arrastrar por la moda”, siendo esta supuesta “moda” la hostilidad a la ciencia y a la racionalidad, de tal manera que Sokal y Bricmon se declaran por eso seguidores del pensador y político radical americano Noam Chomsky, frente a referentes intelectuales de la nueva izquierda posmoderna, como George Lakoff (tan reivindicado en los últimos años también España por los socialdemócratas, sobre todo a partir de su conocida obra “¡No pienses en un elefante!”), quien en 1991 afirmó que la ciencia “no solamente da a entender que no es un mito, sino que hace tanto de los otros mitos como de las metáforas objeto de desprecio y desdén”. Dentro de esa izquierda que rechazan Sokal y Bricmon están también ciertos discursos feministas como el que ha sostenido la mencionada Luce Irigaray, para quien “la mecánica de fluidos está menos desarrollada que la mecánica de sólidos porque la solidez se identifica con el varón y la fluidez con la mujer” (1985).

Este propósito ideológico, que tiene como objetivo polemizar con otras corrientes dentro del ámbito de la izquierda, será tan persistente en A. Sokal que le llevará a escribir un nuevo libro en solitario, volcado en estos aspectos eminentemente ideológicos y políticos: “Más allá de las imposturas intelectuales” (2009), obra que concluye de este modo: “Yo creo que la materia está formada por átomos, que las especies biológicas han evolucionado y que gran parte de la política exterior de Estados Unidos es inmoral” (op. cit.; pág. 564), situando así, de una manera harto inadecuada, en el mismo nivel de creencia al conocimiento científico y a la mera opinión ideológica. Elocuente final de trayecto para Sokal.

 
  Más allá de la denotación aparecen la metáfora y la ideología  
 


 

En todo caso, y centrándonos en la segunda de las motivaciones de “Imposturas intelectuales”, Sokal y Bricmon señalan que estos conceptos matemáticos, tan alegremente utilizados por los autores posmodernos según ellos, tienen significados precisos, debido a que son términos técnicos, en un sentido puro y duro, por lo cual poseen un carácter denotativo y, por tanto, no metafórico. ¿Es esto así? Volvamos, de nuevo al ejemplo de Lacan y su supuesto uso abusivo del “número imaginario”; término matemático propuesto nada menos que por Descartes en el siglo XVII. Desde entonces la “unidad imaginaria” se denomina i, de tal modo que  i = √-1 o bien i × i = -1; y supuso un avance en el desarrollo de las matemáticas que permitió completar el conjunto de los números (Fig.4), que se pudieron dividir en dos grandes grupos, reales e imaginarios, los cuales permiten a su vez establecer el concepto de “números complejos”, que conformarían el conjunto de los números reales más los números imaginarios. El número complejo es por tanto: a + bi.

 
Fig_04
 
 

Fig. 4. Gracias al concepto de unidad imaginaria, pudo completarse el conjunto de los números, que pueden dividirse en dos grandes grupos: Reales (R) e Imaginarios (I).

 
 

Este progreso sufrido por las matemáticas a partir del siglo XVII habrá de tener enormes consecuencias, sobre todo por el imparable desarrollo del álgebra, ya que la introducción del número imaginario permitió resolver todos los tipos de ecuaciones cuadráticas  (Fig. 5).

 
Fig_05
 
 

Fig. 5. El número imaginario resulta imprescindible para resolver ecuaciones cuadráticas, de tal modo que tengan sentido todas las soluciones posibles, resolviendo en todos los casos la parte de la ecuación expresada como: ± √ b2-4ac.

 

Por supuesto, que las consecuencias de la introducción del número imaginario en las matemáticas modernas van más allá de la pura teoría, ya que el uso de dicho concepto fue esencial también para el desarrollo de la electrónica, y en concreto para expresar matemáticamente lo que supone ser el fenómeno de la corriente alterna que, expresada como onda sinusoidal, es capaz de cambiar de positivo a negativo (Fig. 6). Ni que decir tiene que este desarrollo de la electrónica ha dado lugar a multitud de aplicaciones prácticas en el ámbito del progreso tecnológico moderno.

 
Fig_06
 
 

Fig. 6. Importancia del número imaginario en electrónica, denominado j para diferenciarlo de intensidad de corriente (i).

 

Hasta aquí hemos realizado un somero repaso del concepto de número imaginario, tanto en los ámbitos matemático como tecnológico. Pero dado su carácter histórico, el término tiene fecha de nacimiento (ya lo hemos dicho, el siglo XVII) y un padre (Descartes); se trata indudablemente de algo “concebido”, construido, creado en el ámbito del lenguaje. Por eso, un pensador y matemático español, Emmanuel Lizcano ha investigado el trayecto de éste y otros términos matemáticos, supuestamente denotativos, con la intención de desvelar su carácter metafórico (“Metáforas que nos piensan”, 2006).

Partiendo de la definición de metáfora en Aristóteles, Lizcano ha señalado el origen de un concepto tan extraño, en sus términos, a poco que nos olvidemos de su rigor matemático y denotativo y pensemos en las palabras que lo conforman, como es el de “raíz cuadrada”, que primero fue denominada como “raíz de un cuadrado”, señalando este autor como bastante obvio el origen claramente agrícola de la palabra “raíz” que permite establecer la analogía o semejanza entre una planta, un vegetal, y un cuadrado, una figura geométrica (véase Fig. 7).

 
Fig_07
 
 

Fig. 7. La metáfora como analogía y semejanza, que pone en relación dos universos semánticos, con significados tan aparentemente extraños entre sí como el agrícola o vegetal (raíz, planta) y el geométrico (lado, cuadrado).

 

Un método para percibir ese componente connotativo de términos científicos y matemáticos que, de entrada, se nos aparecen después de siglos de uso normativizado como obviamente denotativos o cerrados en sí mismos, sin referencia metafórica al mundo natural, real, es el de pensarlos sin prejuicios, concentrándonos en el significado implícito a esas palabras, fuera del contexto matemático auto-explicativo. Este método, digamos de distanciamiento, se complementa con otro, el de ir al origen histórico, al momento en el que nacen dichos términos y en el que, por tanto, todavía se delata de manera más clara su relación con esos otros mundos de significados en apariencia tan alejados de la verdad lógica, auto-afirmativa, con la que van a ser ceñidos más adelante, dentro de un sistema de lenguaje cerrado, como es el del álgebra o el de la geometría. De este modo, Lizcano se retrotrae hasta el Renacimiento, cuando el matemático portugués Pero Nunes habla directamente, en un momento en el que no se ha fijado definitivamente la terminología en este ámbito, de “lado criando cuadrado”, estableciendo así la relación entre el cuadrado que crece, que se forma a partir de un lado que, como raíz, “cría” a la figura geométrica (Fig. 8).

 
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Fig. 8. El matemático renacentista portugués Pero Nunes establece con su terminología, todavía vacilante, la semejanza metafórica del cuadrado con la planta vegetal, desvelando así el origen agrícola del concepto de raíz cuadrada.

 

Este origen agrícola de los conceptos tiene que ver, según Lizcano, con el contexto cultural de la Grecia clásica, en el que aritmética y geometría están completamente separadas, pues son mundos que en modo alguno es posible relacionar (y esto se mantendrá así hasta que Diofanto los ponga en contacto, dando lugar al álgebra, que luego desarrollarían los matemáticos árabes en la Edad Media, ya dentro de otro contexto cultural). Para hasta que llegue ese momento, en el contexto griego clásico resulta más “natural”, por mucho que ahora nos pueda sorprender, relacionar a la geometría  con la agricultura que con la aritmética.

En cualquier caso, el asombroso desarrollo que experimentará la geometría en la Antigüedad Clásica, tiene que ver con la capacidad de la naciente filosofía por establecer conexiones metafóricas entre los conceptos geométricos que se van concibiendo y lo real sexual, tal y como ocurre con la Tabla de los opuestos pitagóricos en Aristóteles (Fig. 9). Lo reseñable es que, como modelo de oposición o de relación dialéctica entre contrarios, la geometría y la filosofía griegas recurren de manera natural a la diferencia sexual, masculino / femenino, en tanto que modelo simbólico (y real) en el que sustentarse.

 
Fig_09
 
 

Fig. 9.  En Aristóteles los conceptos geométricos opuestos se construyen a partir de la oposición (tan real como simbólica) que permite establecer la cultura, la civilización, entre los significantes (y los cuerpos) masculino y femenino.

 

Todo esto es cierto, y posibilita poner en su sitio al ingenuo realismo de Sokal y compañía, estableciendo los límites del sentido lingüístico que tiene siempre, inevitablemente, toda denotación. Pero en Lizcano, como antes en otros pensadores constructivistas y posmodernos, se va a producir, a partir de esta inicialmente sensata conclusión, una preocupante deriva ideológica. Un ejemplo notable de esto que decimos es Michel Serres, para quien la geometría es el resultado de la “tierra reprimida” (estableciendo así una interesante semejanza, que permite percibir a la supuesta víctima de la ciencia como madre, en tanto que madre tierra). Para Serres la agrimensura supuso la delimitación y apropiación de un territorio, y su uso de la recta, de lo recto, delata su carácter masculino; que estaría presente en términos como co-rrecto o rect-ificar; todos ellos ejemplos de “la viril y enhiesta línea recta”.

En esta misma línea ideológica, Lizcano recurre al ejemplo, tan querido por los políticos posmodernos, de Black Elk, el conocido indio sioux (aunque siempre ocultando o dejando de lado el hecho histórico de que fuera un cristiano convencido), el cual supuestamente asoció  la derrota de su pueblo frente al colonialismo al poder mortal de la línea recta y a la necesidad que impone de cuadrar el mundo, propia de los invasores, frente a la importancia del círculo en las culturas indias de las praderas. De ahí a denunciar el progreso lineal como una imposición del patriarcado colonialista occidental hay sólo un paso, que se agrava con la consideración de que esa imposición imperialista de la recta está presente ya en la estructura misma de la oración: sujeto-verbo-predicado, que se despliega según una línea recta, lo que llevaría a Roland Barthes a decir en 1977 su famosa frase: “el lenguaje es fascista”.

Por eso E. Lizcano reivindica a la “lengua materna” como fuente de los más deliciosos descubrimientos, aunque esa lengua materna va a ser reprimida por la jerga de los varios padres que nos van “disciplinando” (profesores y expertos varios); jerga muerta, mortífera, que nadie aprendió de madre alguna; recuperando así la idea de Walter Ong (1987), la de que “la ciencia sólo pudo nacer de los hábitos creados por el latín que al correr de la Edad Media sólo existía como lengua escrita, sin que nadie la aprendiera de madre alguna, a diferencia de las lenguas maternas”.

Esto lleva, a la ideología posmoderna, a deducir la maldad intrínseca (y masculina) del desarrollo científico – técnico por el impacto (que es un “choque con penetración”, según J. Corominas, es decir un proceso “fálico”) de la ciencia y la tecnología en la naturaleza (siempre entendida como femenina, como madre), que se desvela mediante el “desastre ecológico” producido por el progreso. Finalmente, M. Serres, en  “El nacimiento de la física en el texto de Lucrecia” (1994) llegará a afirmar que “la razón que produce lo universal y las matemáticas procede del poder, la crueldad y la muerte. Es una razón difícil y vana, cubre la tierra de cadáveres y se propaga como la peste”. Y E. Lizcano concluirá, como suele ocurrir muy a menudo dentro del ámbito de la irracionalidad posmoderna más retrógrada y supersticiosa, afirmando con inusitada irresponsabilidad “la muy probable fabricación científica del sida en los experimentos de vacunación –también gratuita y obligatoria- de la población congoleña contra la polio en los años 50”.

 
  Lacan y el lenguaje matemático  
 

 

 

Pero, volvamos a nuestro ejemplo, al ya citado párrafo de Lacan:

  • “Es así como el órgano eréctil viene a simbolizar el lugar del goce, no en sí mismo, ni siquiera en forma de imagen, sino como parte que falta en la imagen deseada: de ahí que sea equivalente al √-1 de la significación más arriba producida, del goce al que restituye por el coeficiente de su enunciado a la función de falta de significante: (-1)”

Aparece aquí la unidad imaginaria (i), que como ya hemos señalado es lo mínimo que hay que agregar para que R (conjunto de números reales) se aumente y se transforme en un cuerpo algebraicamente cerrado. Aparecen así dos conceptos, el de “cuerpo” y el de “operatividad”:

- Cuerpo: estructura algebraica con dos operaciones conmutativas, asociativas y que tienen neutro e inverso.
 
- Operatividad: lo mínimo que hay que agregar para que todo polinomio tenga solución.

Siguiendo la lectura crítica que ha hecho J.G. Requena de las propuestas de Lacan (sobre todo en lo que se refiere a la distinción teórica entre el registro de  “lo semiótico”, término que no aparece en Lacan, por un lado, y la “dimensión simbólica” del lenguaje, por otro) i es un concepto que permite articular lo imaginario con lo semiótico. Para Lacan tiene que ver con “lo que falta en el objeto de deseo”, ya que la falta es lo que origina el deseo (se desea lo que falta, lo que no se tiene).

Es, por tanto, el “falo” un “operador lingüístico universal” que viene a “simbolizar” (en el ámbito del lenguaje, de lo semiótico) esa “parte que falta en la imagen deseada” (es decir, en lo imaginario del deseo). Pero en relación con este “falo”, a la vez semiótico e imaginario, en “La ética del psicoanálisis” (Seminario 7. 1959-1960. pág: 373), J. Lacan añadirá que “la dimensión cómica está creada por la presencia en su centro de un significante oculto (..) el falo”, ya que “el falo no es sino un significante” y, por eso, es “lo que (..) nos hace reír”. Finalmente, en cuanto a este aspecto cómico y risible del falo, parecen coincidir Sokal y Bircmon con Lacan más de lo que pudieran haber sospechado. En todo caso, introduce aquí Lacan una ironía que rebaja notablemente cualquier concepción seria, rigurosa, del “falo” como elemento de sentido en lo simbólico, lo cual para nosotros esconde un sofisticado guiño de Lacan a la ideología posmoderna, asumiendo su crítica del patriarcado y de lo masculino (en tanto que agresores) y la consiguiente reivindicación de lo femenino y lo materno (en tanto que víctima).

Este desplazamiento, ideológico, de Lacan es especialmente interesante, porque se produce en el contexto de su utilización de términos matemáticos, en un proceso que va desde su uso de las “fórmulas de la sexuación” en 1960 hasta su introducción del concepto de “matema” en 1971 (Fig. 10).

 
Fig_10
 
 

Fig 10.  Las enrevesadas fórmulas de Lacan, que no dejan de tener un cierto matiz cómico, llevan directamente, al final de su obra, a conceptos como el de “objeto a” o “matema”.

 

Esta deriva teórica lacaniana nos conduce desde el “falo”, en tanto que operador semiótico que, a la vez es imaginario, ya que representa la parte que falta a la “imagen” de deseo y que además resulta ser risible; hasta situarnos frente al concepto de “objeto a”, que ya, en su misma insignificancia (de ahí el uso de una “a minúscula” para denominarlo) impide cualquier inscripción del mismo en una dimensión simbólica del lenguaje, más allá por tanto de las operaciones lógicas y matemáticas que a Lacan le interesan priorizar, entroncando así su teoría con los juegos de lenguaje de Wittgenstein y permitiendo la deducción que de ellos se extrae de que no existen ni verdades fácticas (empíricamente demostrables y falsables) ni verdades subjetivas (relacionadas con la promesa y el padre).

Y es que, efectivamente, en su recusación de toda dimensión simbólica de lo fálico, al reducirlo a simple juego de “matemas” (pero no matemático: Lacan no es tan ingenuo o descuidado como suponen Sokal y compañía) se esconde el problema del padre. Hay una deriva en la teoría lacaniana que va desde el “Nombre del Padre” (1956) a la “formalización del falo en tanto que φ” (1959-60) hasta llegar al “objeto a” (que aparece mencionado por primera vez en 1963). Elisabeth Roudinesco, su mejor biógrafa, ha señalado en “Jacques Lacan. Esbozo de una vida, historia de un sistema de pensamiento” (1995, pág. 542), como en la actitud de Lacan se percibe, en efecto, “la tragedia de un padre habitado por la culpabilidad de no haber sabido transmitir su nombre a su hija”.

En el análisis de la deriva, podríamos decir que “matematizante”, de Lacan hemos llegado de este modo al núcleo del problema, que no tiene que ver con el mal uso de un concepto científico (aunque también, ya que este se produce fuera de su específico ámbito epistemológico), lo cual supondría, como sugiere Sokal, un enmascaramiento de la falta de verdades objetivas y verificables empíricamente que se produce en el psicoanálisis lacaniano, es decir un déficit en el ámbito de la ciencia, sino que más bien el problema es el enmascaramiento ideológico (posmoderno) de la importancia del padre en el despliegue de la dimensión simbólica, es decir poética, que es imprescindible para la vivencia de verdades subjetivas. Aunque también conviene precisar que, si bien hay aquí un conflicto que afecta directamente a Lacan y a su teoría del falo, en el fondo es este un problema más general que tiene que ver con la ambigüedad gnoseológica y epistemológica del psicoanálisis, situado siempre a medio camino, entre las dos culturas.

 
  Análisis de textos: cante flamenco  
 

 

 
 

En un congreso de T&F no podríamos terminar sin antes hacer, o intentarlo al menos, un ejercicio concreto de análisis de textos, que permita percibir mejor la validez de algunos de los conceptos sugeridos en el desarrollo teórico previo. Y para esta ocasión hemos elegido textos provenientes de la cultura popular española y, más en concreto, del cante jondo. La idea, así como la mayoría de los ejemplos de coplas utilizados para este análisis, proceden del excelente trabajo (aunque no estemos en absoluto de acuerdo con sus conclusiones) de Emmanuel Lizcano (véase por ejemplo, “Tientos para una epistemología flamenca” E. Lizcano y Maribel Moreno. Archipiélago, 32 (1998): 75- 81; o bien “Flamenco, un arte popular moderno”. Universidad Internacional de Andalucía. Sevilla, 30 de noviembre de 2004).

El cante popular gitano andaluz, por lo que se refiere a las letras de sus canciones y coplas (dejamos en esta ocasión de lado el análisis de la parte musical), contiene ejemplos bien elocuentes de cómo el lenguaje poético está directamente implicado en el problema del conocimiento verdadero. Empecemos para ello con la referencia que hace Miguel de Unamuno en su obra "Del sentimiento trágico de la vida” a la siguiente copla

“Cada vez que considero
 que me tengo que morir
 tiendo una manta en el suelo
 y me harto de dormir”

la cual, desde nuestro punto de vista, refleja a la perfección el recurso a la ideología, al no saber (dormir) como forma de escape, de anestesia o de evasión frente a lo real (morir). Pero, por mucho que el yo se aliene en el dormir ideológico, lo real sigue ahí, actuando, en forma de tiempo y desengaño, como recoge la siguiente copla:

 
     
  Fig_11  
     
 

En ella, el efecto de lo real del paso del tiempo y del desengaño amoroso tiene como consecuencia el despertar del no saber ideológico, por un lado, y además conduce al “enseñar al que no sabe”, es decir hacia confrontarnos de lleno con el problema del conocimiento de la verdad. Porque, como dice el siguiente cante, tiene más valor (de uso) el “saber” que el “haber” (el tener dinero, en tanto que dotado de valor de cambio).

 
     
  Fig_12  
     
 

Y es que, refiriéndonos ahora a otra famosa copla de la canción popular española, lo cierto es que “ni se compra ni se vende”, es decir no entra dentro de las relaciones abstractas, inhumanas, de intercambio de plusvalía, de mero cambio de significantes, el “cariño verdadero”. Si ponemos estas últimas coplas en relación, tendremos aquí la equivalencia entre “ciencia” (saber y conocimiento de lo real) y el ”cariño verdadero” (la experiencia subjetiva de que es posible la verdad).

 
     
  Fig_13  
     
 

Aunque bien es cierto que la ciencia y el saber se derrumban ante lo real de la experiencia misma, allí donde aparece un límite a la comprensión (a la verdad objetiva y objetivable) y debe comparecer la pieza maestra de todo saber verdadero, el conocernos a nosotros mismos, en nuestros límites pasionales.

 
     
  Fig_14  
     
 

En la siguiente copla (Fig. 15), ese conócete a ti mismo, ese saber de la pulsión, adquiere el carácter de aviso de una posible corrupción (trasgresión de la ley: prevaricar) o de advenimiento de la locura misma, del delirio (desvariar), gracias al doble sentido de la palabra “prevericar”.

 
  Fig_15  
     
 

Y es que las pasiones del amor, aquellas de las que da cuenta el lenguaje poético, exceden a la comprensión del método científico, a las capacidades del lenguaje de las matemáticas, porque la “pena” es una magnitud que no se puede medir, que no es posible “contar”, en el sentido de transformar en número contante y sonante, pero también en el otro sentido, en el de la mera narración, reducido a algo que se cuenta sin más, sin consecuencias.

 
     
  Fig_16  
     
  Ahora bien, en la poética del cante flamenco es posible salir de esa experiencia devastadora, hay salida para la tragedia edípica, la tragedia de un amor imposible, ya que a ese clavo, al de la pena del primer y fundamental enamoramiento en lo imaginario, al que necesariamente hay que renunciar, lo saca otro clavo, el de un amor que es posible que nazca, ahora ya en lo simbólico.  
 

 

 
  Fig_17  
     
  Trama y Fondo  
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