Trama y Fondo
VI Congreso Internacional de Analisis Textual

 

Un relato letal: el mito del “Presidente Gonzalo” por Abimael Guzmán

     

Gonzalo Portocarrero Maisch
Pontificia Universidad Católica del Perú

 

El presente ensayo narra la emergencia de un relato delirante, el que convierte al profesor de filosofía Abimael Guzmán en el “Presidente Gonzalo”, el símbolo del triunfo de la revolución peruana y mundial. En una sociedad recién secularizada, que está a la espera de una redención intramundana, y que es además autoritaria, pues se debate en la búsqueda de un gran hombre, de un amo, ese delirio se convierte para mucha gente en sentido para vivir, morir y matar. La obediencia fanática a Guzmán deviene en motivo de orgullo para sus seguidores. Y sentirse como un Dios es el goce del “Presidente Gonzalo”. Entonces, partiendo de un texto autobiográfico del propio Guzmán me propongo explorar las raíces de ese mito que ensangrentó al Perú.

 
  I  
     

Entre 1980 y 1992 el Perú vivió un período de violencia extrema. Se calcula que murieron alrededor de 70,000 personas. La mayoría eran campesinos pobres de ancestros indígenas, nativos de la sierra del país, especialmente de los departamentos de Ayacucho, Huancavelica y Apurímac. Desde el fin de la insurrección de Sendero Luminoso se han elaborado múltiples relatos destinados a explicar lo sucedido. El más completo y significativo es el monumental estudio producido por la Comisión de la Verdad y la Reconciliación (CVR 2003), entidad integrada por un grupo de notables del mundo de la cultura y de la religión, a quienes se dio el mandato de ensamblar una narrativa que por su misma veracidad no pudiera ser cuestionada, de manera que el esclarecimiento respectivo significara la base de la consolidación de la democracia y del acercamiento entre los peruanos.

Pero el informe de la CVR fue recibido con entusiasmo solo por las clases medias ilustradas y los sectores progresistas de la Iglesia Católica. Las Fuerzas Armadas fueron hostiles al trabajo de esta comisión. Según sus portavoces, los militares habían arriesgado su vida por defender la democracia y ahora se veían traicionados, enjuiciados y perseguidos; según ellos se podría hablar de “excesos”, de eventos singulares en la lucha contrasubversiva, como las masacres de mujeres y niños, de gente inocente. Situaciones desde luego lamentables pero que se explicarían por el propio frenesí de la guerra. Sin embargo, lejos de la posición de los militares, la CVR había calificado esos “excesos” como sistemáticos, al menos en ciertas épocas y áreas del país. Este era −“sistemático”− el adjetivo rotundamente negado por las instituciones militares. En realidad, la estrategia antisubversiva se basó en la doctrina norteamericana aprendida por los oficiales peruanos en Panamá, en la Escuela de las Américas. La idea básica era oponer al terror del comunismo un terror aún más grande, de manera que la población civil se viera precisada a escoger el menor de los males; es decir, el bando que, al tener más poder de fuego, resultara más temible. En lo sustancial la estrategia militar fue exitosa, pues poco a poco los campesinos fueron alejándose de la insurrección senderista y formando comités de autodefensa en coordinación con las fuerzas del orden. En todo caso, fue Sendero Luminoso quien empezó la escalada de violencia contra los representantes del Estado y la población civil. La dirigencia de Sendero, en concreto su líder máximo, Abimael Guzmán, tenía una fe ciega en que la violencia es esencialmente revolucionaria, de modo que desplegarla en todo su potencial no haría más que favorecer la causa revolucionaria. Se trataba de desarrollar las contradicciones sociales, de mostrar la entraña pérfida de las fuerzas reaccionarias y de avivar las luchas populares; en todo caso, de acumular fuerzas para la toma del poder. Los portavoces de Sendero Luminoso, de manera semejante a las Fuerzas Armadas, no han reconocido el haber puesto en práctica una estrategia donde el terror era un elemento fundamental. Cuanto más, los líderes del movimiento reconocen excesos puntuales, y hasta dicen que necesarios, para mantener la credibilidad de su propuesta entre la población civil. A Sendero Luminoso no le habría quedado más remedio que compensar su falta de poder de fuego con una crueldad extrema.

En su momento de mayor impacto social, entre 1989 y 1992, Sendero Luminoso proclamó la existencia de una situación de “equilibrio estratégico”, es decir, un estado de guerra civil entre fuerzas parejas donde, además, la iniciativa la tenían los insurrectos. En realidad, visto en retrospectiva, esta proclama fue un delirio contraproducente, pues una autopercepción tan inflada, junto con el recurso cada vez mayor al terror, debilitó las simpatías y aumentó el odio de la mayoría de la población hacia los senderistas.

Pero en 1992 ocurrió lo impensable. Abimael Guzmán, el “Presidente Gonzalo”, el “faro” de la revolución mundial, fue capturado en la ciudad de Lima. En sus primeras declaraciones como prisionero Guzmán interpretó su captura como un “recodo” en una marcha que debería proseguir. No obstante, unos meses después, Guzmán cambia de posición. Reclama un “acuerdo de paz” y conmina a sus partidarios a dejar la lucha armada. El cambio es demasiado súbito y la gente se lo explica por el temor de Guzmán y por su pretensión de conseguir beneficios carcelarios. Sea como fuere, la inconsecuencia del “Presidente Gonzalo” lo llevó a un rápido y total descrédito. En poco tiempo su prestigio se desvaneció y la gente que alguna vez simpatizó con sus planteamientos pretendió nunca haberlos tomado en serio. La insurrección colapsó.

En la actualidad la mayoría del pueblo peruano simpatiza con la posición de las Fuerzas Armadas. Combatir el terror con un terror más grande es considerado como una estrategia válida. La idea es que “mejor es un sospechoso muerto que un terrorista vivo”. En realidad, casi toda la ciudadanía sabe muy bien lo que tanto los dirigentes de las Fuerzas Armadas como los de Sendero Luminoso se empeñan en negar, es decir, que hubo, por ambos bandos, un empleo sistemático del terror.

Pero la apuesta de las mayorías es olvidar. La idea es que la vida sigue y que no tiene sentido estancarse en el pasado. La consecuencia es que no hay una presión significativa por esclarecer los hechos y menos por sancionar a los responsables de las violaciones a los derechos humanos. En el Poder Judicial están abiertos muchos juicios pero el Ministerio de Defensa se niega a dar la información necesaria para su esclarecimiento. Entonces, la mayoría de juicios están paralizados y muy pocos se preocupan por esta situación.

El uso sistemático del terror es una verdad que todos saben pero nadie debería decir en los espacios públicos. Es un tema tabú sobre el que nadie debería pensar. Y es que el uso del terror con la población civil pone en evidencia una realidad inconfesable, la vigencia de una actitud que convierte a la vida del otro, aunque sea un compatriota- ciudadano, o parte del pueblo que se pretende redimir, en totalmente prescindible. Esta actitud que legitima la violencia extrema se alimenta, en el caso de las Fuerzas Armadas, del discurro de la guerra fría y también del racismo. Los delincuentes terroristas, razonaron los estrategas militares, se esconden entre la población civil, rural e indígena, que entonces debe ser escarmentada sin contemplaciones pues así los denunciará. Y por el lado de Sendero Luminoso la idea es que los enemigos de clase y sus esbirros son seres despreciables, que explotan al pueblo, que impiden su felicidad, por lo que aniquilarlos es un deber.

 
  II  
 

 

 

En setiembre de 2009, después de estar preso durante 17 años, el líder senderista Abimael Guzmán publicó un libro titulado De puño y letra. En lo sustancial el libro presenta una serie de escritos de carácter jurídico en los que Guzmán argumenta la ilegitimidad de la condena que le fuera impuesta. No obstante, en las primeras páginas ensaya unos apuntes autobiográficos que resultan lo más significativo de la publicación.

Analizando con detalle estos apuntes he llegado a la conclusión de que la figura del “Presidente Gonzalo” representa un delirio con el que Guzmán trata de ocultar una serie de situaciones traumáticas que enfrentó en su niñez y juventud. Una narrativa que le permite ocultar su dolor pero también sobrevivir a él, imaginándose entonces como alguien único, especial, un predestinado para salvar al país. La fuerza de este delirio se revela en el extraordinario tesón que puso Guzmán para construir el partido político Sendero Luminoso y para iniciar la sangrienta insurrección que solo terminaría con su captura y encarcelamiento. Entonces si bien el delirio es personal, los sentimientos que logra movilizar, el resentimiento entre los de abajo y la culpa entre los de arriba, están muy extendidos en la sociedad peruana. Es por ello que la figura del “Presidente Gonzalo” se convirtió en mito, en la esperanza para muchos peruanos. Y en motivo de temor y odio para otros tantos. En cierto sentido a Guzmán no le falta razón cuando reclama para sí un estatuto único. En verdad no creo que el Perú se hubiera desangrado durante 12 años de no ser por el “Presidente Gonzalo”. Para decirlo en breve, sin Guzmán no habría Sendero Luminoso. La conflictividad de la sociedad peruana podría haberse tramitado de una manera más atomizada y dialogante, menos violenta. Para sostener esta hipótesis hay una razón decisiva. Se trata del rol central e insustituible desempeñado por Guzmán. Organizó y dirigió el partido, postulándose como la garantía del triunfo de la insurrección. Así concentró un poder casi absoluto, de manera que su captura llevó al colapso del movimiento.

 
  III  
 


 

Para sustentar estas hipótesis me remitiré, sobre todo, a los mencionados apuntes biográficos de Guzmán. Y mi análisis seguirá un camino intuitivo que, partiendo de lo más impresionante, continúa gracias al apoyo de conceptos del psicoanálisis y de las ciencias sociales. Empecemos, entonces, con una cita clave, donde Guzmán habla de la relación con su madre:

«Tiempo después viajamos a Chimbote pasando por Arequipa y Lima por carretera, cuando el viaje requería tres días. Tras pocos meses mi madre volvió a Sicuani. De ella guardo siempre agradecido su amorosa solicitud; fue quien decidió y resolvió que estudiara en el Callao; por sus cartas sé que fui dolorosa ausencia, no olvido su constancia preocupada por mis estudios y futuro; indelebles están en mí memoria sus palabras: “Hijo mío, cuida al hijo de tu madre, eres quien mejor puede hacerlo.” Yo quedé con mis abuelos y parientes maternos.» (Guzmán 2009:19)

En realidad, Guzmán está siendo dejado por su madre. Pero, tal como es captado o sentido por el niño, el mensaje de la madre niega la realidad del abandono. Y lo hace con una frase que, a la vez, encubre y explicita lo que sucede: “Hijo mío, cuida al hijo de tu madre, eres quien mejor puede hacerlo”. Aquí el niño Guzmán está sujeto a una doble interpelación. De un lado es el “hijo mío”; y, del otro, es el “hijo de tu madre”. Es decir, el mismo niño es nombrado de dos maneras diferentes que corresponden a las formas en que se sitúa la madre. En la primera, implícita en la expresión “hijo mío”, la madre afirma sin más su maternidad. Pero en la segunda las cosas se complican, pues al decir “cuida al hijo de tu madre” está creando una distancia. En efecto, la frase “cuida al hijo de tu madre” tiene un sentido literal solo en la medida en que está dirigida a un hermano a quien se delega el cuidado de otro hermano, presumiblemente menor o más débil. Entonces la enunciación atribuida a la madre crea dos sujetos: a) el hijo, y b) el otro hijo, el que debe cuidar de su hermano puesto que es “quien mejor puede hacerlo”. Al “otro hijo” se le atribuye la capacidad suficiente como para encargarse de una situación que requiere de mucha responsabilidad, teniendo en cuenta que Guzmán tenía, en ese momento, solo ocho años.

Pero, en la realidad, no hay dos hijos sino solo uno. Entonces el mensaje implica un mandato a escindirse entre el hijo de mamá y el hermano mayor. Por tanto, él tiene que ser el hermano mayor de sí mismo.

Más transparente y veraz hubiera sido el siguiente fraseo “hijo mío, cuídate mucho, pues nadie va a hacerlo en vez de ti”. En otras palabras “te estoy dejando en una situación vulnerable que te exigirá mucho, pero confío en que salgas adelante”. Sin embargo, este fraseo implica aceptar que la madre lo deja a su propia suerte, algo que Abimael no puede reconocer sin tomar distancia de ella. Por tanto, lo que la frase oculta es el abandono de la madre que es representada como devota y preocupada por su hijo. En realidad la tarea de la madre se traslada al “hijo mayor”. Pero ese hijo mayor es una ficción que oculta la realidad del abandono, abandono que es representado como una amorosa invitación para lograr una madurez temprana. El caso es que el niño Abimael transforma la falta de la madre, su deserción, en heroica autoexigencia; en todo caso trata de ocultarse el hecho de que está siendo abandonado, para pensar que se le está dando la “oportunidad” de crecer anticipadamente.

A partir de aquí se consolida un tópico que define los apuntes autobiográficos de Guzmán, como también su actuación política. Lo que puede llamarse el núcleo del mito del “Presidente Gonzalo”. La idea es que, invariablemente, las situaciones difíciles se asimilan como crecimiento personal, y terminan convirtiéndose en aprendizaje y victoria. Entonces, en vez de quejarse y mostrar su dolor, Guzmán se esconde bajo el uniforme de un superhombre. Alguien capaz de una temprana y decidida autosuficiencia. Es el mito del héroe que se crea a sí mismo. La madre le implora que se cuide, que sea él mismo su propio hermano mayor. Entonces, convirtiendo esta solicitud en un mandato, Guzmán cumplirá lo que cree que es el deseo de su madre; la ilusión subyacente es que ser un buen niño la traerá de vuelta. Él, obediente al deseo materno, será más grande que él mismo. Se funda así una autoexigencia desmedida. Más tarde Abimael Guzmán se impondrá la tarea de hacer la revolución. Entonces todo su accionar estará dirigido a iniciar la lucha armada.

Lo que se reprime es la vulnerabilidad y el temor, pero también el odio hacia la madre. Hay pues un trasfondo que no se debe conocer para que el héroe no se desintegre. Este trasfondo es considerado un “entresijo” como puede apreciarse en la siguiente cita.

“Posteriormente comenzó para mí una serie de desplazamientos por distintos puntos del país que, obviamente, implicaron cambio de ambientes, hogares y relaciones. Sin embargo pienso que, pese a tener sus contras, como todo en la vida, sirvió a forjarme en una múltiple y diversificada experiencia y a desarrollar en mí una tendencia que con el tiempo se asentaría, a vivir volcado al mundo y sus problemas y no centrado en hurgar los entresijos de mi alma.” (Guzmán 2009:19)

Resulta que el desarraigo es significado positivamente, en tanto implica una “forja”, un endurecimiento que evita el extravío en los entresijos del alma. La acción se plantea entonces como huida o alternativa al conocimiento personal. La palabra entresijos no es de uso frecuente. Por su parentesco con “amasijo” tiene la resonancia de algo enredado y sucio. El diccionario de la Real Academia Española la define así:

 
 

1. m. mesenterio (repliegue del peritoneo, formado principalmente por tejido conjuntivo que contiene numerosos vasos sanguíneos y linfáticos y que une el estómago y el intestino con las paredes abdominales. En él se acumula a veces una enorme cantidad de células adiposas).

2. Cosa oculta, interior, escondida.
tener muchos ~s.
1. loc. verb. Dicho de una cosa: Tener muchas dificultades o enredos no fáciles de entender o desatar.
2. loc. verb. Dicho de una persona: Tener mucha reserva, proceder con cautela y disimulo en lo que hace o discurre.” (RAE 2001)

 
 

En resumen, la palabra “entresijos” tiene las connotaciones de lo complicado, oscuro y oculto, y, además, las propias del estómago de los animales. Algo sucio y maloliente.

Entonces, “hurgar los entresijos” es como excavar en la basura. Un ejercicio mortificante que no encontrará nada de valor. La alternativa es la acción, “vivir volcado al mundo”. Guzmán se inviste como héroe. Rechaza lo personal y se dedica de plano a hacer la revolución.

 
  IV  
 

 

 

El texto bautizado por su autor como Algunos datos biográficos: los comienzos. Manuscritos es la fuente de donde provienen las dos citas anteriores. La pregunta es, desde luego, por qué Guzmán nos presenta un relato autobiográfico. Y la respuesta tiene mucho que ver con la manera en que el texto está construido. En realidad en esta escritura se pone de manifiesto lo que Antonio Cornejo Polar llamaría una “heterogeneidad no dialéctica”, es decir, el fracaso por sintetizar realidades diversas (Cornejo Polar 1996). En otras palabras, el predominio de la escisión y el desgarramiento en la enunciación. Estamos pues lejos de un sujeto que pueda sostenerse como coherente y unitario. Entonces el texto debe leerse como compuesto por diversas voces, o vectores expresivos, que no están realmente armonizados. Por tanto, la hipótesis que guía mi lectura se funda en tratar de identificar las contradicciones patentes en la enunciación, entendiendo que estos antagonismos son los espacios donde se hace visible la fractura del sujeto.

Veamos la principal de estas contradicciones:

“Por concepción, como es sabido, los comunistas no nos centramos en nuestros datos personales; pues, sabiéndonos hechura social, de la lucha de clases, del Partido y, en nuestra circunstancia, de la guerra popular que a mí, como a otros, ha transformado profundamente, ubicamos y comprendemos nuestras vidas y derroteros dentro de la lucha por la causa a la cual servimos. Sin embargo, merece precisar algunos datos biográficos.” (Guzmán 2009:18)

El texto es muy curioso pues se desmiente a sí mismo en su propio proceso de enunciación, y lo hace de una manera abierta, no disimulada. La primera parte presenta la idea de que los datos personales son, para los comunistas, irrelevantes pues, en realidad, las personas son “forjadas” o fabricadas por la sociedad. Son productos sociales. Esta anulación del sujeto es comprensible desde perspectivas positivistas o estructuralistas en las que el individuo es definido como un soporte de los sistemas sociales, digamos un engranaje que, más allá de la ilusión de libertad en la que vive, está, en realidad, “programado” por el sistema social, de manera que sin acaso saberlo todo el tiempo hace lo que tiene que hacer. El marxismo asumido por Guzmán es precisamente de raigambre positivista. Las nociones de causa, objetividad y ley, que dominan su enunciación, deberían hacer invisible cualquier asomo de indeterminación, agencia y subjetividad. Entonces, volviendo al texto, se impone la pregunta sobre por qué Guzmán sin mayores justificaciones asume que “merece precisar algunos datos biográficos”.

Si “merece” es porque esos datos biográficos son importantes, lo que significa que la idea de que lo personal es irrelevante no es totalmente cierta, al menos en su caso. En realidad, Guzmán no es consecuente. Junto al discurso que niega cualquier importancia a los individuos hay otro discurso que sostiene, sin decirlo explícitamente, que sí pueden ser muy significativos. Y lo que trata de probar Guzmán es que él representa un caso excepcional, ejemplar, por lo que él sí merece una consideración especial. Y la merece porque él ha renunciado a “hurgar los entresijos del alma”, porque está enteramente forjado, porque ha trascendido la alienada conciencia personal y ha logrado ser, como él dice, “simplemente un comunista”.

Entonces su narrativa autobiográfica está presidida por el deseo de mostrar el camino que lo llevó a ser ese hombre ejemplar que representa la excepción a la ley científica que fija la irrelevancia de lo personal. Pero la situación se complejiza si tenemos en cuenta que, desde su propia perspectiva, no tendría por qué haber excepciones al imperio de las leyes objetivas que determinan los hechos sociales. En realidad, desde el marxismo con el que Guzmán se identifica, la posibilidad de tratarse como una excepción es una inconsecuencia que debilita el carácter férreo de la necesidad histórica postulada por ese tal marxismo.

La contradicción se da entonces, por un lado, entre el deseo de ortodoxia y seguridad, que anula lo personal, y, de otro lado, el deseo de protagonismo como individuo, de ser reconocido como héroe y benefactor por el conjunto de la sociedad. Estos deseos son antagónicos y coexisten en una conjunción precaria, en una débil sutura, que desestabiliza la coherencia de la enunciación.

En efecto, si el futuro está ya inscrito en las leyes objetivas, entonces el rol de los individuos, y la importancia de lo personal, resultan nulos. Pero, dentro de este marco, ¿qué pasa con el deseo de reconocimiento y poder de Guzmán? Podría decirse que a mayor determinismo menor la importancia del liderazgo y, en general, de lo contingente. Y, también lo opuesto, es decir, que a mayor protagonismo de los individuos tanto menor es la importancia de las “leyes objetivas”. Guzmán intenta suturar el desgarro que este antagonismo supone. Entonces trata de articular el determinismo científico con el indeterminismo propio del culto a los héroes. La idea implícita es que existen leyes objetivas pero también existen los grandes hombres que son como los hijos predilectos del pueblo. Verdaderas cumbres de la humanidad. Hacia allá se dirigen las miradas esperanzadas de los pueblos, pues son esos héroes quienes harán realidad sus deseos de liberación. En cualquier forma, esta mezcla es poco armónica. Digamos que la sutura, a la vez que cierra la herida, deja ver el desgarro que trata de ocultar.

En otras palabras, más breves y exactas, Guzmán enfrenta un dilema. Mayor determinismo significa mayor seguridad pero menor reconocimiento. Entonces acentuar el determinismo podría llevar a una invisibilización de su figura. Pero, de otro lado, un mayor reconocimiento implica que el determinismo no es tan férreo por lo que la garantía de triunfo se debilita, o pasa a depender, también, de la genialidad del gran hombre. El desgarramiento se plantea pues entre la necesidad de seguridad y la necesidad de reconocimiento. Y la sutura-articulación que intenta Guzmán es francamente débil y precaria, pues consiste en decir que el determinismo y la acción de los grandes hombres pueden coexistir sin problemas.

 
  V  
 

 

 
 

Estos desgarramientos significan que el texto de Guzmán está habitado por varias voces y semblantes. El científico positivista proporciona todas las seguridades del caso. El socialismo es el destino de la humanidad. Pero junto a este semblante está otro: el del hombre que vitalmente necesita de admiración y reconocimiento. Ese que simplemente no puede ser un testigo del desarrollo de las leyes objetivas. Ese que desea ser grande, inmenso. Un dios viviente, venerado y obedecido.

La sutura a este desgarro puede ser pensada como un delirio. Es decir, Guzmán retoma una visión determinista de la historia donde su presencia está, sin embargo, inscrita, como garantía de triunfo. Así Guzmán se convierte en una suerte de mito o “fetiche” para sus seguidores. Si el delirio es una narrativa que rompe clamorosamente con el principio de realidad en función de corregir y “parchar” recuerdos y amenazas intolerables, el fetiche es un objeto, un algo, que viene a simbolizar la aparente realidad de un poder omnipotente, una plenitud que es en verdad imposible. Aferrarse al fetiche implica por tanto, creer en lo imposible, renegar de los límites de la condición humana. Digamos que el delirio de Guzmán, cristalizado en una imagen-relato, logra convertirse en un mito y en un fetiche para sus seguidores.

Creo que en este momento es importante citar las imágenes. La siguiente foto corresponde a un ritual, una suerte de desfile-procesión, en una cárcel de Lima. Uniformados, las prisioneras senderistas marchan siguiendo los pasos de una bien ensayada coreografía. La marcialidad y la disciplina de los cuerpos son acompañadas de cánticos fervorosos en los que se reafirma el compromiso de luchar por la revolución. En el momento quizá culminante del rito se dramatiza la renovación de la fe en la revolución. Las prisioneras están frente al mural donde está dibujado un retrato de Abimael Guzmán. Entonces cantan la siguiente estrofa del himno Bandera roja: “Presidente Gonzalo/ Jefatura del partido y la revolución/ con Pensamiento Gonzalo hoy tenemos/ realidad bélica actuante/ son 10 años de pujante y victoriosa/ e invencible guerra popular.”

Antes de analizar el texto de la canción, conviene referirse al mural. Destaca la imagen del rostro de Guzmán, colocada en la parte superior de modo que sus seguidores tengan que verlo, como “corresponde”, desde abajo hacia arriba. Es visible la simplificación icónica de la representación. Guzmán aparece inmovilizado como serio, pero sonriente, cálido y confiado. Es la representación del padre o hermano mayor. Es la garantía del triunfo de la lucha popular.

Respecto a la letra, lo que nos interesa es la facilidad con que muchos aceptan el delirio de Guzmán: la guerra popular es tan invencible como poderosos son el “Presidente Gonzalo” y su pensamiento. Es decir, encontramos aquí, actuante, la articulación imposible entre el culto al héroe y la visión determinista de la historia. Pero la articulación de estos elementos no es vivida como una sutura desgarrada sino como una conjunción armónica que los potencia. Es decir, la guerra popular ha engendrado al “Presidente Gonzalo”, el cual, a su turno, es la garantía de triunfo. Entonces, otra vez, el delirio de Guzmán –el “Presidente Gonzalo” que jefatura la invencible guerra popular- se transforma en la fuerza que moviliza a los creyentes. El fetiche es un objeto sacralizado en la medida en que la gente le adjudica cualidades que en verdad no tiene pero que desea con gran intensidad porque le proporcionan un goce muy significativo, una satisfacción que es parte de un equilibrio y sentido de vida. En breve, el fetiche asegura un sentimiento de potencia que hace posible renegar de las carencias que marcan la vida cotidiana. Y los seguidores de Guzmán ven en el “Presidente Gonzalo” al conductor de la venganza contra el mal y la opresión simbolizados por el imperialismo y las traidoras clases altas del país.

 
     
  VI  
     
 

Ahora bien, el Perú es una sociedad autoritaria donde el valor de la gente está siempre en duda, cuando no es abiertamente triturado por la vigencia de las jerarquías y la exclusión. Desde el punto de vista de un psicoanálisis social podríamos decir que prima en las subjetividades colectivas la figura de un niño maltratado, inferiorizado, que está a la búsqueda del padre justo que venga a salvarlo del abuso que lo oprime. Bien se comprende entonces que la reacción ante la injusticia haya discurrido, sobre todo, por la queja y la amargura, antes que por la abierta rebelión. Estamos pues ante la dificultad de asumir la rabia, de convertirla en acción. En el fondo, ante el temor a insubordinarse contra esa figura de la arbitrariedad que es el patrón. Es decir, el padre despótico y abusivo. En todo caso, para que esa rebelión sea posible sería necesario contar con el apoyo y la dirección de ese padre justo. Estamos hablando, pues, de una sociedad que desde tiempos inmemoriales fue acostumbrada a obedecer. Pero que desde la invasión española sintió lo ilegítimo del nuevo régimen, de modo que se replegó buscando en el pasado la raíz de un nuevo futuro. Esta es la tesis del libro Buscando un Inca del historiador Alberto Flores Galindo (1988). Los hombres andinos lograron preservar una cierta autonomía en el régimen colonial al que fueron sometidos. Era posible el regreso del Inca como autoridad nativa, fuerte y justa que elimine el abuso y la prepotencia.

Pero el Inca no podría pertenecer a las filas de aquellos que lo buscan, pues esos, los subalternos, los resentidos, los que tienen hambre de justicia, solo están acostumbrados a obedecer y soñar. Entonces el problema se complica. El Inca tendría que ser un “indígena”, un siervo, un hombre humillado, que, sin embargo, fuera capaz de autorizarse a sí mismo para erguirse contra el despotismo.

No está demás señalar que ha sido un hábito en la política peruana que muchos caudillos y presidentes se nombren como el Inca, que pretendan encarnar esa figura de salvación imaginada en el mundo popular. No obstante, estas autonominaciones han carecido de credibilidad y contundencia. Quizá porque, para ser verosímil, el candidato a encarnar la figura del Inca tenía que apelar a la rebeldía y a la violencia. Actitudes que no han sido usuales en líderes y caudillos que tratan de llegar al poder por las elecciones o por golpes de Estado.

El hecho es que, pese a provenir de la clase media, Guzmán se identifica con el pueblo. Para empezar, se llama a sí mismo “hijo del pueblo”. La legitimidad subjetiva de esa identificación está fundamentada en el dolor y el sufrimiento por los que Guzmán ha pasado. En concreto, sabemos de las siguientes situaciones:

 
     
   

- El abandono de la madre.
- El maltrato sufrido en la casa de sus tíos maternos, en la que se convirtió en una suerte de sirviente doméstico.
- El autoritarismo del padre que acostumbraba golpearlo cuando no hacía bien las cosas.
- El desprecio de la conservadora sociedad arequipeña, por intermedio de sus compañeros de colegio, por ser hijo ilegítimo o natural.
- El rechazo que sufrió por parte de su primera enamorada por la misma razón, ya que sus padres se opusieron al romance pues un “bastardo” no era aceptable en la familia.(1)

 
 

 

 
 

Pero, pese a esa identificación, Guzmán vivía en el mundo de los señores. Una realidad donde la gente no está tan subyugada y donde suele tener la seguridad personal y los recursos intelectuales como para pasar a la acción sin agotarse en la queja. Una acción que en su caso será justamente propiciar la violencia como el hecho desencadenante de la revolución.

Ahora bien, lo que llamamos “seguridad personal” es ya, al menos en parte, resultado del delirio de Guzmán de ser él mismo su propio hermano mayor, de ser el “Presidente Gonzalo”, de fundamentar su identidad en su poder para convertir en positiva cualquier desgracia o calamidad que le pudiera suceder.

En todo caso, la “seguridad personal” se funda en esa actitud de huir de los “entresijos del alma” para convertirse en el héroe que el mundo está buscando. Guzmán se siente entonces un predestinado, un hombre poseído por la misión de instaurar el reino de la justicia mediante la guerra popular.

Esta “seguridad personal”, repito, es excepcional en un mundo de gente abusada, con muy poca confianza en sí misma. Por ello mismo fue el fundamento de su capacidad de persuadir. En efecto, Guzmán transmitía la sensación de que nunca podía estar equivocado, de que siempre tenía la razón. Y la gente le creía, no tanto por lo persuasivo de su argumentación, cuanto por lo decidido y categórico de su enunciación. Las cosas eran como él las decía, ese era el mensaje que transmitía lo rotundo de su voz, lo cerrado e inapelable de sus posiciones, su culto a la intransigencia, su permanente reclamo de representar la veracidad y la consecuencia.

Lo importante era siempre desplegar la violencia, “potenciar la lucha armada”. Guzmán quería derivar ese sentimiento de autoridad de un conocimiento profundo de los clásicos del marxismo, de un saber guiado por una inteligencia fuera de lo común. No obstante, sus escritos lo retratan como una persona sin mayores lecturas, proclive al dogmatismo en la medida en que la inflexibilidad de ideas podría crearle el aura de ser el poseedor de la verdad, el jefe indiscutible de la revolución peruana y mundial.

Apelando a su seguridad de tener una relación privilegiada con la verdad, Guzmán desarrolló un poder total sobre sus seguidores, que lo veneraban como a un ser extraordinario. Sus planteamientos no podían discutirse, él tenía que ser obedecido. Y es aquí donde está el goce de Guzmán, justamente en el sentir su abrumadora superioridad, en el reconocimiento reverente que le tributaban sus seguidores. Guzmán mandó a matar y a morir, a miles de personas, sin mayor preocupación. No es que fuera cruel o que gozara de esas muertes. Se trataba simplemente de hacer los sacrificios necesarios para develar la naturaleza pérfida y sangrienta de la reacción y, paralelamente, de mostrar al pueblo que la violencia es el único camino de la liberación.

Lo anterior nos lleva a pensar que todo el inmenso mal, el dolor y sufrimiento, que este hombre produjo en la sociedad peruana no obedece a un goce sádico o a la crueldad, cuanto a una indiferencia por la vida de los otros, un desinterés acompañado por el fanatismo que lo lleva a glorificar la violencia. Es decir, estamos más cerca del Eichman que nos retrata Hannah Arendt, que del Marqués de Sade que nos presenta el psicoanálisis. Guzmán resulta, finalmente, un hombre fatuo, banal. Su fanatismo en las leyes de la historia, su sentirse el único capaz de interpretarlas, son solo una coartada para legitimar su goce de mandar y ser adorado. Esta situación queda clara en el hecho de que él nunca compartiera las penurias de sus seguidores, en que fuera capturado sin resistir y, finalmente, en que capitulara en función de obtener un mejor trato carcelario. Y lo más asombroso de todo es que sus seguidores inmediatos, en la cárcel como él, lo siguen tratando con una inmensa reverencia.

 
     
  VII  
 

 

 
 

Pero Guzmán no podía, él mismo, proclamarse como el “Presidente Gonzalo”. Tendrían que ser otros los que lo reconocieran como tal. Solo desde ese reconocimiento él podría mimetizarse con el papel que él mismo se atribuye. En efecto, declararse como el dirigente supremo sería un acto de abierta locura de no mediar un reconocimiento explícito de los otros. Esos otros tendrían que ver en él la imagen que él mismo quería proyectar. De esta manera quedaría validada su propia autoimagen. Guzmán tenía que rodearse de gente incondicional que proyectara sobre él sus necesidades de salvación, su imagen de padre bueno y justo, pero también decidido, inflexible, y, sobre todo, eficaz.

De allí que, desde el inicio de su militancia en Ayacucho, Guzmán se empeñara en construir una fracción que le fuera incondicionalmente leal. No le fue fácil, pero, poco a poco, consiguió ser identificado como quien quería hacer la revolución. Al menos por un pequeño pero creciente número de seguidores.

En todo caso lo que nos interesa es que Guzmán tenía que convencer a la gente de que él era el predestinado.

 
     
  VIII  
 


 

Veamos entonces una opinión autorizada sobre Guzmán. Pertenece al renombrado escritor Miguel Gutiérrez. Gutiérrez, en su libro La generación del 50: un mundo dividido, escribe lo siguiente:

«Abimael Guzmán sería un caso único entre los intelectuales revolucionarios que accede al marxismo no por razones éticas, como búsqueda existencial o como terapia catártica, para conjurar ciertas obsesiones, sino por la vía racional, después de librar abrasadora contienda en su espíritu entre el idealismo y el materialismo. Ningún trauma ensombreció su niñez, ni en su pubertad y adolescencia experimentó crisis de religiosidad y misticismo; era un joven normal equilibrado que comprendió los límites de la razón analítica, formalista abstracta, y la superioridad cualitativa de la razón dialéctica. Al llegar a Huamanga tenía 28 años… comprendía ya las razones de la crisis contemporánea y las causas del atraso general de la sociedad peruana. Y ahora era necesario luchar por su transformación… En 1963 deslumbra a los estudiosos y colegas universitarios con sus clases de filosofía y con sus charlas y conferencias. Abimael había asumido ya el materialismo dialéctico y la perspectiva del socialismo científico. Algunos años después, en medio de una aguda lucha interna en el PCP, le confió esto a un amigo: “Lo único que me interesa en la vida es hacer la revolución en el Perú”». (citado por Guzmán 2009:15)

El retrato de Gutiérrez valida las pretensiones de Guzmán pero lo hace desde sus propias presunciones sobre la vida y el mundo. Su tesis central es que Guzmán es “único” por encarnar una suerte de “razón libre”, una capacidad rarísima (¿única?) que se cristaliza después de llegar al fondo de las contiendas filosóficas para descubrir allí esa verdad que lo faculta para realizar su deseo, que no es otro que la actualización de las esperanzas de los desposeídos y postergados: es decir, hacer la revolución.

La “razón libre” aludida por Gutiérrez es la que no está interferida por problemas emocionales. Solo la puede desarrollar quien ha vivido circunstancias “normales”, que son las únicas propicias para que la vida no se desencamine en búsquedas inconducentes, como sucede con las terapias y los proyectos individualistas. Dice Gutiérrez que Guzmán tuvo, felizmente, una infancia y juventud libres de traumas. Entonces podía conducirse racionalmente. Llegar por tanto al lugar adonde tenía que llegar, si nadie lo detenía. Tras una dura confrontación con el idealismo toma conciencia de la verdad de las cosas, de “la superioridad cualitativa de la razón dialéctica”. Entonces está ya listo para iniciar la revolución en el Perú.

La representación que se hace Gutiérrez es muy interesante, pues supone la existencia de una verdad objetiva a la cual solo puede acceder una razón libre depurada de falsas creencias. Es, desde luego, el mito del héroe que después de una aventura espiritual está listo para cumplir su misión. Gutiérrez no presenta a Guzmán como un “hijo del pueblo”. Lo clave ha sido su travesía intelectual. Guzmán dice lo mismo pero, sin querer, dice también mucho más. No puede dejar de mencionar los numerosos traumas a los que sobrevivió. Pero coincide con Gutiérrez al presentarse como alguien que maneja racionalmente su vida. La diferencia está en que se presenta como habiendo logrado superar felizmente todas las dificultades de su vida. Entonces la idealización de Gutiérrez supone insistir en la brillantez intelectual de Guzmán.

Y postular tal brillantez es ciertamente el motivo central para la adoración de Guzmán. Aquí es donde la figura de Guzmán adquiere los contornos de un redentor científico. Alguien que sabe, el maestro de los maestros.

Otra vez nos encontramos con la influencia del positivismo. La realidad social es algo objetivo que está movido por leyes. Claro que en la versión marxista del positivismo se añade que la historia apunta inconteniblemente hacia el socialismo (2).

Gutiérrez valida el mito del “Presidente Gonzalo”. Ahora bien el texto de Gutiérrez está incluido en el libro de Guzmán a título de una presentación del editor. Y ha sido escogido porque avala las pretensiones de Guzmán. La mistificación que hace Gutiérrez es muy representativa. La mayoría de sus seguidores endiosa a Guzmán porque le atribuyen una extraordinaria capacidad para pensar.

 
  IX  
     

¿Cómo leer un texto como el de Guzmán? ¿Asumiendo acaso la perspectiva de una enunciación coherente y unitaria que, controlada por un sujeto idéntico a sí mismo, logra expresar lo que realmente desea? Esta es ciertamente la manera en que Guzmán nos invita a acercarnos a sus textos. Pero, claro, este tipo de proximidad supone un lector “obediente”; alguien que da por sentado que el autor es un sujeto veraz al que no cabe cuestionar. Y es en función de ese lector que Guzmán desarrolla su discurso. En todo caso, queda claro que es la presencia interna de un otro lo que dinamiza la enunciación. La enunciación, dice Bajtín, antes que una proclama dirigida al cielo debe entenderse como la respuesta a preguntas implícitas, como fragmentos de un diálogo o conversación (Bajtín 1986). Entonces, imaginar, o reconstruir, la conversación de la que el enunciado es un fragmento es una tarea básica para comprender el significado de un texto. Esta es, repito, la tarea que nos encomienda Bajtín al subrayar la heterogeneidad del texto, su estar desprendido de conversaciones no necesariamente citadas (3).

Entonces, ¿cuál es la voz a la que el texto responde? ¿Cuáles son las preguntas, razones e inquietudes que esa voz le transmite a Guzmán? ¿En qué medida esa voz es interna y en qué medida es externa al propio Guzmán? ¿Hasta qué punto el diálogo termina siendo convincente para las partes involucradas? Ya hemos anticipado que la enunciación de Guzmán debe ser entendida como una heterogeneidad no dialéctica, o para seguir con Bajtín, como heteroglosia.

No obstante, hacer evidente que el texto no cabe dentro de las definiciones que aporta de sí mismo es solo un primer paso. Lo central del análisis tiene que ser la identificación de esas voces o vectores enunciativos que dinamizan y desestabilizan al texto. Una primera voz es la del propio Guzmán.

“Mi nombre completo es Manuel Rubén Abimael Guzmán Reinoso, conforme reza la partida de nacimiento del Registro Provincial de Islay; y no está demás reiterarlo, pues a alguien se le ocurrió y difundió que mi verdadero nombre era Ismael…” (Guzmán 2009:18)

En la cita es claro que esa voz está en diálogo con otras voces interesadas en distorsionar los hechos. En todo caso, es claro que esas voces le sirven a Guzmán para hacer explícito que él es un personaje, alguien sobre el cual, no se puede ocultar el hecho, hay mucho interés en hablar.

Pero la voz con que dialoga Guzmán pertenece a un lector representado como alguien que quiere saber más. Entonces, Guzmán se le presenta como una persona que es “hijo del pueblo” y que ha sido moldeada por la “lucha de clases”. En todo caso, como alguien que está hecho de una sola pieza, que está definido, enteramente, a partir de un compromiso libremente asumido. De manera que es lógico que ese otro, el lector que valida sus afirmaciones, se defina a sí mismo a partir de una actitud de admiración y respeto hacia Guzmán. Ese otro le ruega a Guzmán que haga el regalo de contar su vida, las raíces de su grandiosidad, en la presunción de que así podrá convertirse en una mejor persona, en un resuelto comunista. El texto tiene pues una impronta pastoral; es el maestro, el hombre logrado, quien se dirige a la gente para mostrarle el camino. Y la gente, al seguir leyendo, y tributarle el reconocimiento que reclama, autoriza a Guzmán a sentirse como alguien único, grandioso.

El texto está dirigido hacia los lectores que saben muy poco de la vida de Guzmán, pero que, a partir de la lectura de los “datos biográficos”, tendrían que convertirse en discípulos. Es decir, la voz principal o hegemónica está convencida de tener un poder persuasivo casi absoluto. Este poder le vendría del hecho de haber renunciado a la condición de persona para convertirse en emblema del interés de las mayorías postergadas. En una suerte de “conciencia activa de la necesidad histórica”. Entonces ya no sería el “soporte” o “engranaje”, sino el héroe fundador de un nuevo mundo, del socialismo.

La enunciación es pastoral y autoritaria. Solo hay una manera en que las cosas pueden ser. Y eso lo sabe Guzmán gracias a su forjamiento. Es decir, a sus estudios, a su talento y a su decisión de no perderse en los “entresijos del alma”. Entonces, claro, es el dirigente natural de la revolución peruana primero, y luego, de la revolución mundial. El anhelo profundo de Guzmán es convertirse en la “cuarta espada” del marxismo, en el faro de la revolución mundial después de Marx, Lenin y Mao.

La voz hegemónica, dominada por el deseo de ser reconocida y acatada, de ser internalizada como la verdad de los hechos, no puede sin embargo, prohibir que se expresen otras voces más íntimas. Esas voces remiten, por ejemplo, a acontecimientos que no serían funcionales a la narrativa unidimensional del nacimiento del héroe. “El aula de mis primeros garabatos tenía una imagen del niño Jesús de Praga y la maestra un guardapolvo celeste” (Guzmán 2009:18). En estos casos se hace presente una pulsión testimonial, pero no es el afán de esta ponencia esclarecer este aspecto. Otra voz es la que niega la importancia de la religión en su desarrollo personal. Pero esta negación se reitera tantas veces que nos hace sospechar todo lo contrario; es decir, que la religión sí fue decisiva en su delirio de ser el “Presidente Gonzalo” el redentor de la humanidad. En verdad la matriz del “Pensamiento Gonzalo”, esa mezcla de determinismo y culto a la personalidad, tiene una clara inspiración cristiana, pues se trata de la vieja articulación entre la providencia que guía la historia y el mesías que viene a coronar la perfección de lo creado.

 
  X  
     
 

Quisiera esclarecer en breve las fuentes teóricas de mi análisis. Metodológicamente me ha sido muy útil el concepto de “deletreo” propuesto por Jesús González Requena (1996). La idea es realizar una lectura minuciosa y detallada del texto, capaz de identificar todas las letras o elementos que articula. El planteamiento de una “heterogeneidad no dialéctica” se sitúa en la perspectiva postestructuralista de un sujeto escindido; es decir, en el cuestionamiento de la identidad como ensamblaje fijo y definitivo. Pero esta heterogeneidad tiene límites y para pensar estos límites me sirvo del concepto de “hegemonía” que reformula la noción de unidad, recuperándola como una fijación contingente cuyo predominio dista de agotar la complejidad social o humana. Estos planteamientos surgen con Gramsci, pero han sido retomados por Ernesto Laclau (1997). Y remiten necesariamente a la crítica que hace Jacques Derrida del estructuralismo (1972).

La hipótesis de que el delirio de uno puede convertirse en esperanza de muchos está presente en Marx en su análisis del bonapartismo. Marx detestaba a Luis Bonaparte, a quien consideraba una nulidad. No obstante, su obra cumbre en el campo del análisis político, El 18 brumario de Luis Bonaparte, está destinada a explicar cómo esa nulidad pudo transformarse en emperador de los franceses (Marx 1973). Y la razón está tanto en la grandiosa resonancia de su apellido –Bonaparte, el sobrino de Napoleón- como en la situación social que atravesaba Francia. Es decir, de un lado, un vasto sector de la población, los campesinos, no tiene una representación política propia y, de otro lado, un abismo que se abre entre los dirigentes políticos tradicionales y sus adherentes urbanos. Entonces los partidos colapsan y Luis Bonaparte emerge como el salvador de Francia. A partir de esta obra surge, en la tradición marxista, el concepto de bonapartismo como intento de explicar la autonomía e importancia que pueden adquirir los individuos en la definición de los procesos históricos. Una idea muy semejante está presente en Max Weber, con el nombre de carisma (Weber 1974). El líder carismático surge cuando la autoridad tradicional ha entrado en crisis y no ha sido aún reemplazada por la autoridad legal, burocrática y moderna. En esas condiciones, la autoridad y la obediencia dependen de la figura de un líder carismático que adquiere extraordinaria relevancia. Y, también, finalmente, está en Freud con la noción de identificación con el líder (Freud 1981). Las masas se sienten cohesionadas tras la imagen de un hombre que en su propia personalidad condensa los valores que la colectividad más estima.

De otro lado, la misma idea de delirio como un renegar de lo real que amenaza proviene de Freud. También llega de la misma fuente la noción del rol decisivo que tiene el deseo de la madre, tal como es leído por el niño, para que este defina su vida. De Mijail Bajtín he tomado el concepto de dialogismo como las conversaciones implícitas en las que la hegemonía va tomando forma (Bajtín 1986). Por último quisiera mencionar que pese a pensar que la escisión del sujeto es una realidad insuperable, no por ello renuncio al concepto de responsabilidad, base y fundamento de todo sistema moral. En este sentido termino deplorando el fanatismo y la inconsecuencia de Guzmán; y el terrible daño que produjo en la sociedad peruana. También su oportunismo y, finalmente, su incapacidad para pensar mejor, para arrepentirse y pedir perdón.

 
     
  Notas  
     
 

(1) Estas informaciones provienen de Susana Guzmán (1999) y de Santiago Roncagliolo (2007).

(2) Aquí debe notarse la enorme influencia que tuvo cierta lectura del libro de Mario Bunge La ciencia: su método y su filosofía (1997). En efecto, a partir de Bunge se postula que el saber debe desarrollarse en un marco lógico deductivo de modo que la propia reflexión teórica puede anticipar las hipótesis que serán luego comprobadas en el proceso de investigación. Desde luego que la verificación es necesaria, pero es solo eso, es decir, una verificación de lo ya anticipado.

(3) “Any speaker is himself a respondent to a greater o lesser degree. He is not, after all, the first speaker, the one who disturbs the eternal silence of the universe” (Bajtín 1986:69).

 
     
  Bibliografía  
     
 

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1997 La ciencia: su método y su filosofía. Buenos Aires: Sudamericana.

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