Trama y Fondo
VI Congreso Internacional de Analisis Textual

 

Ante una nueva concepción del relato galdosiano
¨Una industria que vive de la muerte¨

     
 

Félix Rebollo Sánchez
Universidad Complutense

 
     
 

El título está extraído del periódico La Nación y está firmado por Benito Pérez Galdós. La crítica lo ha incluido en los Cuentos sin más; también Pérez Galdós en el apartado tercero de su relato recurre a la misma expresión: “Entremos de lleno en nuestro cuento”. ¿Qué pasó por la mente del escritor al calificar su relato como cuento? Para mí, solamente, era narrar, contar lo que veía a su alrededor amasándolo con la música, como pentagrama ventilador; hoy, en el siglo XXI, lo que pretendo demostrar es que estaría mejor en lo que se entiende por ensayo periodístico, basándome en el entorno en que se produce y en otros hechos semejantes que se dieron en la literatura(1). El ensayo es un género muy cultivado y de influencia social que ha dejado honda huella en la sociedad española, y creo que es el motivo fundamental del director del periódico La Nación; por eso insta a Pérez Galdós a que narre lo que acontecía en Madrid. No olvidemos que nuestros mejores ensayistas han dado a conocer las primicias de muchas de sus obras en las columnas de los periódicos; su influencia social ha sido extraordinaria por la eficacia del periodismo para difundirlo. Apartemos la idea clásica si es un género preferido en épocas convulsas, como es el caso, o por el contrario es “un deshollinador idóneo” para etapas escleróticas como apunta Jordi Gracia. Esto poco importa, el escritor se deshace de su obra, busca respuestas. El dístico del poeta Javier Bozalongo se hace realidad: “No me salva lo escrito /me cura lo leído”(2).

            Simplemente, como recordatorio, la crítica al aunar los términos Periodismo y Literatura pone como base el siglo XVIII. El primer periódico diario apareció el 11 de marzo de 1702 en Inglaterra(3). Su título: Daily Courant, dirigido por Elizabett Mallet, aunque a los ocho días pasaría la dirección a Samuel Buckly. De aquí parte esa irrupción periodística-literaria, que con el tiempo recibirá el apelativo de “edad dorada inglesa” del periodismo, cuya cabecera la componen Joseph Addison, Daniel Defoe, Richard Steele y Jonathan Swith. Daniel Defoe publicó en 1722 el reportaje ¾ novelado¾ “A journal of the Plague Year” en el que describía la epidemia de peste que asoló, en 1665, la capital de Inglaterra. Es el origen, sin duda, del ensayo periodístico, según la crítica más exigente. Y también el sustrato para fomentar  la lectura de libros; a que el lector de periódicos disfrute con la obra literaria. Sin olvidar que en Inglaterra la mayor parte de los escritores pasaron por los periódicos, aunque muchos de los mismos sólo fueran colaboradores literarios. Si esto es así, ¿por qué “una industria que vive de la muerte”, no se puede denominar ensayo periodístico si el tema es semejante y ambos se literaturizan y se escriben en periódicos? A favor de Pérez Galdós estaría que sí  fue testigo de esa noticia y D. Defoe, no(4).

Hace ya algún tiempo se dijo que el relato moderno ─lo que se entiende por cuento─ constituía la esencia, el de mayor proyección de futuro porque era relativamente joven y era idóneo para un asentamiento. Pues bien, ni era joven  y ni siquiera es el germen de los géneros literarios. Otra cosa es que proliferen premios en un contexto cultural concreto, e incluso se haya querido, por parte de las editoriales, relanzar esta forma de escritura. Parece como si quisiéramos olvidar la importancia que tuvo, sobre todo, a finales del siglo XIX en la Prensa, vinculado al folletín, pero no con una carga negativa como algunos han querido subrayar, porque la revelación del misterio, la mitificación, siendo como son dos hechos, a veces, capitales del relato, también se pueden dar en las demás artes, y lo de “whisky con hielo” no deja de ser una frivolidad cuando queremos llamar la atención.

Muy reciente, en el suplemento Babelia del diario El País con el título “El triunfo del cuento” se entrevista a Jhumpa Lahiri. La descripción de la autora inglesa de este género no deja lugar para la duda: “el inmenso talento literario”. Lo que choca para un lector que no esté avezado es la expresión “se basa en que es capaz de contar una  otra vez la misma historia, relatos de inmigrantes indios en la Costa Este de Estados Unidos, y que siempre sea diferente”(5). El último sintagma arregla lo que en un principio daba la impresión de una cierta monotonía y sin interés, pero, al leer detenidamente la entrevista observamos, al instante, la grandeza de esta escritora, a concebir la literatura como ayuda para comprender “la parte más difícil de la vida”. Entendido así el relato cobra todo su esplendor porque hace de lo pequeño algo universal. Con sus ochos relatos recogidos en Tierra desacostumbrada, el lector está como en vilo, el misterio que encierra, la emoción, formarían parte de lo que se entiende por relato. El problema puede venir de si las historias que cuenta son inventadas al no apoyarse en una realidad concreta, aunque los lectores/as lo asocien a su entorno vivido o soñado.

Mucho más importante es la “didaxis” moralizadora desde los tiempos más remotos. Evidentemente que hallamos cuentos novelados, por ejemplo La Sombra de Benito Pérez Galdós, pero no sólo por la brevedad sino, también, por el misterio que encierra y por la moralidad, más allá de la didáctica. Pero, también, un hecho, como la peste que asoló a Madrid en 1865 se puede convertir no sólo en un hecho noticioso.  Es decir, es lo que entendemos por “Ítaca”, el lugar verdadero, real, de donde el escritor parte, un lugar que después será mitificado, una vez que lo imaginario se apodera de lo verosímil, pero sin olvidar que la vida en este lugar es más plausible que lo que el escritor pueda inventar; tal vez, para llegar a comprender ese hecho había que llegar a la alucinación. Luis García Jambrina defiende la teoría de que “lo más interesante es comprobar cómo la invención, cuando está documentada, siempre acaba encontrando su correlato en la realidad”(6).

En el caso que nos convoca, en este Congreso, se puede hablar de un relato con bretes ensayísticos por lo que va más lejos de lo sustantivo del cuento. El deleitar aprovechando está vigente en un acontecimiento que nos sobrecoge. Lo real maravillo, lo fantástico, lo lúdico no tienen que ser sólo parte del cuento infantil o del cuento entrevisto desde otras atalayas. Lo primordial es la creatividad aunque lleguemos a la imitación, por otra parte, una virtud literaria, en consonancia con la Poéticade Aristóteles; es decir, la reproducción o copia literaria o pictórica de las acciones de los seres humanos junto con el placer del ritmo necesario en un texto. No es, por tanto, algo nuevo sino una recreación. La experiencia literaria, en este caso, se refiere a algo que ya se conoce: que es la epidemia de peste en  Madrid en una fecha determinada.

Sí es determinante lo que se nos narra en cuanto a la extensión, e incluso, en algunos casos, la atemporalidad; pero, más importante es cómo se nos narra, por eso decimos que el mejor periodismo es un cuento, exactamente lo que hizo Pérez Galdós en 1865 en el periódico La Nación de Madrid. De ahí su dificultad, por ejemplo, de una buena columna de Prensa; ésta se la ha querido asimilar al soneto del periodismo. Ahí debemos llegar en el relato, harto difícil, pero hay que intentarlo. Lo primordial es contar, que todo sea arriesgado para que salga ese enhebramiento de las palabras; en ese tejer y destejer está, quizá, la calidad de lo que narramos, y no se trata sólo de sustantivar los adjetivos y o adjetivar los sustantivos, o recurrir al adjetivo sin más ─no olvidemos que el adjetivo si no da vida, mata─ , es algo más que literaturizar lo que ocurre, es algo más que el arte de escribir, siendo como es primordial en la literatura la caracterización formal del texto; pero, sólo esto, no basta, hay que ir a una intelección profunda de su función poética, y ésta se la imbrica con la función comunicativa, en hallar las relaciones intrínsicas entre estructuras y significaciones para comprender el contenido temático.

Si alguien piensa, por un momento, en lo que ocurre, en lo que ha vivido, en los aspectos alegres, tristes, dolorosos, siempre encontrará materia de narración si se sabe contar, y aquí no caben categorías. La forma, por tanto como asidero excelso. Cuando intentamos profundizar en el texto se produce un relámpago de luz, una eclosión de belleza que, a veces, supera la eficacia estética de la formas de análisis. Pero, sin olvidar que en el análisis debe predominar la comprensión, incluso para los lectores cultos para que captemos los múltiples matices  que presenta lo real.

Con esta escritura hacemos un guiño al lector, es como un adelanto, una anticipación. Y esto es lo que hace Pérez Galdós en las primeras líneas del relato: anticiparnos, desarrollar la función catafórica que tanto éxito tiene en los grandes escritores. La frase inicial “un hombre célebre dijo en cierta ocasión que la música era el ruido que menos le molestaba” cobra todo su vigor para el inicio de algo que quiere llamar la atención el relator. El adjetivo “célebre”, si bien muy usado en el habla coloquial, aquí adquiere una tonalidad, una imagen que nos ilumina para saber quién es, aunque el mensaje quede alicorto, restringido. Lo que ha hecho Galdós es recordarnos el verso de Vicente Huidobro: “hacedla florecer en el poema” con toda la magnitud de la “rosa”. Lo que pretende Pérez Galdós es que la literatura ejerza su actividad de mímesis referenciadora y simbólica para que la recepción descodificadora se establezca entre el texto y los lectores.

Pero, el sentido de humildad, el reconocer que haya personas con una capacidad mayor, al unir música-ruido, y aún  admitiendo que el famoso hombre pueda herir la susceptibilidad de los músicos, se decanta por esa idea para desarrollar lo que el novelista pretende y se pone al lado: “y tal vez encontraba en el ruido más expresión de lo bello que en las hábiles combinaciones del contrapuntista y en los ritmos del confeccionador de melodías”.

Pérez Galdós ante el ruido de ese martilleo unísono en las calles de Madrid, ante un hecho informativo que conmueve, lo enhebra con la música; ésta no sólo como belleza sino como escrutadora de lo que acontece. Recordemos que en la antigüedad la enseñanza de la música era primordial porque se la consideraba como símbolo de cultura y fuente de beneficiosos efectos morales. Y lo que desea es describir el cólera de Madrid en 1865. Siente fascinación por esa realidad y quiere transmitirla, después de haber meditado de qué forma aunar realidad-invención. Precisamente si este relato tiene fascinación  es porque nos parece verdadero por las distintas ilaciones con que se nos narra. Se acoge a que todo lo creado tiene su armonía. Se ha estudiado el cólera en su influencia climatérica; se le ha estudiado económicamente, se le ha estudiado en su terror, en su contagio, en su historia. ¿Por qué no se le ha de estudiar en su música? El ataúd es su caja sonora y el martillo su plectro. Algunos han visto el cólera de cerca, otros lo han sufrido, otros lo temen y otros lo palpan. ¿Por qué no ha de haber quien lo oiga? Sí, lo ha oído quien tiene la manía de atender siempre a la parte musical de las cosas.

Ahora es el sustantivo “manía” el que llena todo el párrafo, es el sustento, el descanso que vertebra la realidad, y no porque sea el final del relato sino por la fuerza que adquiere el yo del escritor, inmerso en algo que le conmueve y quiere que los posibles lectores/as sean co-partícipes de su sentimiento. El autor quiere llenar los huecos que el historiador no recoge, que sólo ha constatado, pero Pérez Galdós va más lejos, trata de comprender el cómo y en qué forma las personas lo viven el día anterior y el posterior.

Del devenir se encarga la literatura, en este caso en forma de relato. Tal vez, estemos ante otra realidad, pero, quizá, sea la única manera para conocer lo que aconteció en un momento y en un lugar concreto.  Pero no puede ser “realista” porque no se delimita a reproducir el hecho noticioso sino que lo transforma en realidad poética, en hecho artístico, en literariedad, se apodera de la belleza de las cosas y de lo que le sobrecoge. Es la necesidad de aunar la invención con la realidad que nos lleve a la creación, mirador desde el que soñamos. Nos valemos de la supremacía de la palabra escrita, más allá de la imagen y la corporeidad. Es la escritura como totalidad.

Pérez Galdós tenía necesidad de usar el lenguaje como almena para visualizar el relato, para trazar el territorio ético y político. La escritura como forma de creación, la manera de pensar como escritura, la experiencia estética como alumbramiento de un hecho real que se configura como esplendor, como luz que resplandece, pero que nos debe conducir a la verdad y no sólo a la sensación de agrado; si sólo fuera esto, la literatura no tendría sentido. Pérez Galdós vio este acontecimiento a través de otra forma, que no es otra  que su yo y las circunstancias. Escudriñó en ese Madrid turbulento, repleto de paseos para que la objetividad se acoplara con su yo y dejara una huella en  los lectores.

Una de las cotas más significativas del relato galdosiano que proponemos está en el párrafo: “Suponiendo al espíritu en un estado de conmoción profunda, basta que resuenen algunas notas en el arpa invisible del ruido, para que produzca mayores efectos que la música mejor organizada”, que antes ya había adelantado con la expresión “en el arte mismo no hay tanta música como en el ruido”. Es el arpa invisible del ruido el que nos transporta a esa ensoñación, a ese evadirse de lo material para adentrarnos en otro mundo lleno de belleza, de armonía. Dicho con el verso de John Keats en su poema “Eudimion: “a thing of beauty is a joy for ever; / its loveliness increases; it will never/ pass into nothingness; but still keep / a bower quiet for us, and a sleep/  full of sweet dreams, and health, and quiet breathing”.

Nuestra mente se apodera de algo que no se organiza, de algo que está fuera de una concepción materialista de la realidad, y ahí es donde el escritor quiere llegar para ensamblarlo con otro hecho que sí se observa, que sí nos conmueve, que sentimos como algo propio de la naturaleza humana, que no queremos admitir por la incongruencia con que nos invade sin avisarnos y sin  saber por qué. El abatimiento, por tanto, ante ese mal de las personas parece como si fuera inherente, pero, al mismo tiempo, contradictorio, de ahí la exaltación del espíritu. Galdós nos prepara para que su relato vaya más allá de ese acontecimiento que se circunscribe a un lugar viviente,  aun entorno pletórico de vida. Así, en el primer apartado, nos invita a que pensemos en otro ejemplo antes de abordar el tema primordial:

 
     
 

Os desveláis a medianoche; entre el silencio sentís dos ruidos secos, precisos, en el techo de vuestra habitación: chas, chas; dos zapatos femeniles acaban de caer sobre el piso del cuarto segundo; una beldad se mete en la cama, y sus zapatos arrojados por su mano hieren el piso sucesivamente; una sirena se sumerge en la onda dejando olvidadas dos notas en el espacio. ¿Qué efecto os producirían estas dos notas? ¿Qué imágenes presentarán a vuestro espíritu exaltado? ¿No seréis capaces de continuar lo comenzado por aquellas dos corcheas, y arreglar en un instante, guiados por ellas, un admirable dúo en que la sirena del piso segundo no tenga la peor parte? Preguntad a esos envanecidos músicos si han escrito alguna vez algo que se parezca a este dúo cantado... por dos zapatos.

 
     
 

Al final del párrafo, para dar verosimilitud al ejemplo, recurre al adjetivo “envanecidos”. No puede desdecirse de lo expuesto, de esas imágenes musicales, de esa creatividad que han producido esos dos golpes; claro que se necesita la interpretación del lector para que se traduzca en creación, bien sabemos que la obra de arte surge como fruto del hacedor y lo real ficcionado en su yo, pero sin la interpretación de esos dos chasquidos no habría el hecho recreador, punto culminante.

En el relato, una de las características primordiales es que esté bien estructurado y los lectores no encuentren dificultades para la compresión; quien habla, por tanto, es el lenguaje; los lectores somos troquelados y nutridos por aquél. Pérez Galdós, sabedor de que es fundamental, lo disecciona en seis apartados sin que fuera necesario titularlos, pero sí los enumera, muy propio si se publica en prensa antes, como es el caso. Este detalle es capital para seguir de forma más nítida lo que se quiere contar. Lo narrado, con la debida profundidad, nos revela la articulación necesaria, interna, de los procesos creadores, sustrato ineludible para la formación humana, que es lo que el escritor pretende; es decir, que el relato se convierta en escuela de formación, que haya alumbramiento entre todos. Es la búsqueda común de la verdad, en la que las personas se encuentran. Es una  experiencia de comunicación con una realidad envolvente ─en este caso cólera, música, estilo artístico, obra literaria, etc.─ que nos ofrece un campo de posibilidades de acciones co-creadoras que nos llevan no a considerar  los objetos en sí ─la obra de arte escapa a esa concepción─ sino a una mayor amplitud, que el intelecto  agradece, pero que el creador ha trazado su línea, como podemos observar en el fragmento enriquecedor “siempre se la encuentra hablando por lo bajo, murmurando penas o alegrías, ya escondida bajo las hojas, ya correteando entre las aguas, ora acurrucada entre las sábanas de un lecho, ora rasgueando las rígidas hebras de un pedazo de seda”. Más perfección no cabe.

La creatividad se convierte en pensamiento definitorio sin que aparezca la palabra. Consciente el autor de que ha sembrado lo suficiente, pasa, a lo que realmente deseaba: describir el cólera; pero, no lo hace de forma instantánea sino que lo enlaza con ese sonido seco, agudo, discordante 

 
     
 

que no produce vibraciones ni eco claro determinado, en medio del silencio de una noche, durante la cual se adormece triste una población aterrada por una gran calamidad. El cólera habita en nuestro barrio, y el barrio entero batalla con él sumergido en el silencio y en la oscuridad. Parece que el sueño eterno a que tantos se entregan, ejerce letal contagio sobre los que velan en el insomnio a la vida.

 
     
 

El sustantivo “silencio” es la palabra clave de esta segunda parte. Es la creatividad hecha realidad, pero, también un encuentro personal con ese accontecimiento que nos acerca, que nos comprime, que nos sorprende, que nos sumerge en algo que se espera, en que la concreción llegue. Ésta se manifiesta con una imagen avasalladora, significativa en medio de lo callado pero en ebullición:

 
     
 

Al instante comprenderéis que una mano diabólica se ocupa en clavar las tablas de un ataúd; es la mano del fabricante de cajas de difuntos que explota laboriosamente una industria que vive de la muerte; es el trabajo que busca la riqueza en el cólera, y cada vibración de aquel hierro indica un poco de oro conquistado a la miseria. Del seno pestilente de una epidemia nace una industria, y multitud de artesanos ganan el sustento.
¡Industria fatal, que florece al abrigo de la muerte!

 
     
 

Varias son las expresiones que nos conducen a una interpretación exacta de lo que ocurre. El adjetivo “diabólica” nos retrotrae a toda una significación llena de maldad, como si esa mano fuera la causante de la enfermedad. El valor estético del adjetivo nos facilita un descubrimiento decisivo, una fecundidad creadora para adelantarnos una realidad dotada de plena significación en la que hallamos la esencia del hacedor, por eso al final del párrafo, de nuevo, otro adjetivo ─”fatal”, unido a la oración “que florece”─ determina ese yo ante una realidad no ya artística sino palpitante, viviente, heridora. La pregunta que nos adsorbe es en qué medida lo humano influye a la hora de trazar o de hilvanar lo estético con lo real, lo ético con el sufrimiento. Es la mano del fabricante de cajas de difuntos ─escribe Pérez Galdós─ la que explota una industria que vive de la muerte.

Muerte y vida en el mismo campo semántico, en el mismo espacio, como si se necesitasen para desarrollarse, para poder ejercer una irradiación contraria. Entonces, ¿dónde comienza lo ético y dónde lo estético?; parece como si fuera una prolongación de la dicotomía hasta su consumación, como si se necesitasen creadoramente, se fundieran para encontrar sentido, la existencia impulsada por un instinto, por un dinamismo creador que produce riqueza ante tanta miseria. Es la existencia humana que busca la manutención en el cólera, en algo que nos destruye, que nos avasalla, que nos pone el final; cada obra terminada se convierte en muerte, pero, al mismo tiempo, sentimos ese sonido metálico, ese golpe “en medio del silencio del barrio”. El adjetivo “horrorosas”, referido a las notas musicales hace que el creador pregunte a músicos como Palestrina, Haendel y Mendelssom si ellos llegaron a captar, aunque sólo sea con la imaginación esa idea (“¿Hay en vuestras cinco miserables líneas nada comparable a ese dies irae cantado por un martillo?). Comprendemos, inmediatamente, que la pluralidad del adjetivo “miserable” no alcanza una plenitud significativa denigratoria; pero que sí le sirve al creador para trazar la insignificancia al comparar, ahora sí, con toda la significación universal del “dies irae” gregoriano. 

En el tercer apartado, Pérez Galdós, con ese humor tan característico, después de habernos dejado incómodos con su pregunta, nos afirma que ahora es cuando va a pasar a escribir un cuento (“entremos de lleno en nuestro cuento”). ¿Por qué lo hace, cuando es consciente de que va a acercarse a lo que cada día observa en su barrio, basado en un  letrero: “Cajas y hábitos para difuntos?”. El protagonismo es tal que le insta penetrar en esos talleres convertidos en industria, en muerte. La observación le confiere creatividad, encuentro con un ámbito real, para tejer una objetividad no manipulable, pero que debe convertir en artística y creíble. Lo literario unido a una realidad dolorosa, pero que debe producir luminosidad, en lo que lo artístico no se confunda, pero tampoco lo que acontece se difumine.

La actividad creadora otorga a ese hecho verosimilitud, lucidez, apertura, nexo, ámbito revelador de un plano existencial que nos atrae, pero que también nos implica, nos desborda; el creador nos ha dejado algunas pautas esenciales para que los lectores vayamos más lejos, añadamos otras posibilidades, otros ámbitos, probablemente tan enriquecedores en el plano existencial, más allá de manantial, de arroyo de belleza.  El primer foco de atención es

 
     
 

un hombre robusto y fornido, que debe ser el dueño del establecimiento, se ocupa en clavar unas tablas largas y estrechas de un extremo; su mano no descansa un momento; su rostro está pálido, sin duda porque aquel trabajo le induce a tristes meditaciones; su voz, trémula por el afán de concluir tareas interminables, interpela bruscamente a los oficiales que en torno suyo le prestan ardorosa colaboración.

 
     
 

La expresión “le induce a tristes meditaciones” es un adelanto que el creador introduce para  que el lector esté preparado ante los diversos elementos que nos aportará, pero que primero debe armonizar; sin el orden, la categoría estética se pierde. Es la armonía, la proporción, el equilibrio lo que determina la belleza, la perfección de la creatividad. Si antes se nos ha descrito físicamente al hombre, ahora, Pérez Galdós se adentra más si cabe en su pensamiento con expresiones nítidas, desmitificadoras (“ayudad a vuestro padre, que en ocho días no ha descansado un solo momento. (…) No: no dejaré mi oficio aunque herede las minas de California)”. Es evidente que, con estas expresiones, el autor no intenta escribir sólo para conseguir una obra artística, no tendría sentido, con buen tino Rafael Lapesa nos recuerda que“ la exaltación de los valores estéticos con daño de la moral rompe la armonía en que se funda la salud espiritual del hombre”(7). El arte debe generar un compromiso, un pensamiento, una exaltación de los valores morales de la existencia humana; esta idea debe ir acompañada de la dignificación de la realidad, con la forma más perfecta. La imaginación creadora no puede estar reñida con los más altos valores humanos.

La felicidad va por barrios, nos viene a decir el que ahora se enriquece; es su turno, por eso se acuerda de la Divina Providencia:

 
     
 

Alabemos a la Divina Providencia, que reparte sus bienes a todos los seres y protege todos los modos de subsistir, que hace alternar las épocas de prosperidad con las épocas de consternación, para que nosotros, los que de ésta vivimos, no nos muramos de miseria. Yo he leído, en no sé qué libro, que Dios permite las inundaciones para que los infelices grajos no se mueran de hambre, y permite los naufragios para dar alimento a los infelices peces, que gustan de nuestra carne. ¿Qué extraño es que permita el cólera para que prospere una industria que anda de capa caída la mayor parte del año?

 
     
 

Hasta dónde puede llegar la imaginación destructiva de alguien que antes vivió en la miseria para unirla con otros que nadaron en la abundancia, y, ahora, la suerte les es esquiva. Aquí halla una cierta igualdad. El ejemplo que pone nos apabulla, no podemos aceptarlo, ni siquiera las personas deberían pensarlo; entonces, ¿por qué se llega a esa sinrazón? ¿Es sólo la avaricia de poseer aún costa de la muerte de los demás? ¿Es el espíritu cainita una parte primordial de nuestras vidas? Tal vez, esta concepción clarifique el hecho creativo, permita poner al descubierto la estructura del relato, la creatividad más esplendorosa aunque acarree sinsabores; son los lectores los que tienen que discernir, escuchar la voz interior, no alienarse; es cuando la actividad creadora adquiere la capacidad de formación, lejos, por tanto, de un mero entretenimiento para que entre en juego las formas actividad-receptividad. El pleno de la compresión estaría cuando la recepción adquiere la totalidad del mensaje sin que esa eclosión de belleza se pierda por lo narrado.

La permisión con que el protagonista ve el cólera, poniendo a Dios como el Juez que distribuye la riqueza, la risa, aún  acosta de perdujicar a otros seres, una persona  no lo puede admitir, ni siquiera como pensamiento, y menos si se considera cristiana; entonces, ¿por qué se piensa?, ¿por qué nos alegramos del mal de otros si eso nos beneficia? Esta idea es enriquecedora, pero no para disfrutarla, sino para ahuyentarla. La lectura, el pesamiento se convertirían en otro yo creador, que asume lo creado para convertirse en creador; lo dialógico como fruto, como premisa capital. La percusión monótona del martillo seguirá alumbrándonos, creciendo en nuestra mente la irritación:   

 
     
 

aquella nota vibrada por un hierro continúa presentando a nuestra imaginación la idea de la muerte en la parte que tiene de descomposición, de tierra, de lágrimas, de exequias; en la parte que tiene de este mundo.

 
     
 

El cuarto apartado es para insinuarnos que tras la tempestad viene la calma.  El reinado de la epidemia no puede compararse con la salud; ésta es más larga. Es el momento de la alegría; Galdós, de nuevo, recurre a la música, esa que los pájaros en bandadas producen: “se reúnen como si tomaran una consigna; se arremolinan, fluctúan, vacilan en la dirección que han de tomar, y al fin se esparcen, se extienden en grupos traviesos por todas las calles, saludando en un concierto de alas suavemente agitadas, de trinos sonoros, la convalecencia de la gran ciudad, que hace poco tiempo vivía en la tristeza, sin salud y sin pájaros”.

La música aparece en el sustantivo “concierto”, con el apoyo de “alas suavemente agitadas”. Es la alegría que retorna al barrio, que ha sepultado a la muerte y sólo se piensa en vivir; pero, todavía, se oye el último coletazo: resuena el horrible martillo ─la importancia del adjetivo, otra vez, es enorme─ , mas una voz anima al trabajo:

 
     
 

Aprovechemos –dice– las últimas horas de nuestra prosperidad. Equipemos convenientemente al “último caso”. Reniego de mi oficio. Volaron los días felices de mi industria. ¡Maldito oficio, cuán corto es tu reinado! Ayudadme, porque siento alguna desazón. Es el último caso, es el último trabajo para el señor duque, de ahí el esfuerzo para que los pudientes también se diferencien en la hora de la muerte. Hay que hacer una obra de arte: ¡Qué terciopelo! ¡Qué raso! ¡Qué galones! Este es un ataúd verdaderamente real. Los ricos hasta en la muerte han de brillar más que nosotros. (Yo no estoy bueno, no). ¡Quién fuera rico! (La cabeza me da vueltas, siento un mareo...).

 
     
 

Los paréntesis y las admiraciones a los  que recurre Galdós son muy significativos; inmediatamente, las ganancias, la prosperidad, el desvanecimiento de la vida; es el fin, el plano de la existencia derrumbado sin que podamos preguntarnos hasta dónde podemos decir basta, pero que nos iguala, es el único momento en el que todos somos iguales, aunque los pudientes lleguen con ataúdes asombrosos y se construyan mausoleos, aunque se rebelen porque también se quieren diferenciar del resto de los humanos:

 
     
 

 Cesó de clavar, y cayó al suelo des­pués de vacilar un instante. El horrible martillo calló.
La gente se agolpa a la puerta de la tienda, atraída por los gritos dolorosos de las muchachas, alármase el barrio, encáranse los vecinos.
          –¿Qué ha sucedido?
          –Nada de particular. Le ha dado el cólera al fabricante de ataúdes de nuestra parroquia.
          –¡Miren qué casualidad! ¡Después de haber equipado a tantos! Ya no oiremos sus espantosos martillazos. ¡Dios le perdone un pecado por cada ataúd que fabricó!
          Los vecinos se meten en sus casas y los curiosos siguen su camino.

 
     
 

Descubrimos la podredumbre, ahora sí se describe el mal con esos dos adjetivos “horrible“ y “espantoso” aplicados al martillo y a los martillazos, pero lo increíble es la cosificación con que es contemplado el personaje, aunque venga después el perdón. En esta  forma dialogal se agolpan abundancia de imágenes en las que, de nuevo, son valiosas por su sonoridad y fuerza pictórica, incluso en aquellas gentes que pasaban por ahí podemos observar esos trazos pictóricos itinerantes (“y los curiosos siguen su camino”).

La expresión coloquial inserta entre admiraciones (“¡Después de haber equipado a tantos!”) alude,  con la fuerza del adjetivo “equipado”, nítidamente al creador, al que  coadyuva, en el que la intuición es el venero primordial. Lo leemos con atención y asimilamos este final del fabricante de ataúdes; estimulamos la imaginación para poder después, como creadores, conseguir el caudal expresivo. Las dificultades de expresión las debemos obtener en esos campos imaginativos que creamos para obtener en el habla o en la escritura la propiedad, el vigor y la claridad; el lenguaje ornamental en el relato sobra; en este sentido, Pérez Galdós tuvo sumo cuidado y, en concreto, en este relato es un maestro.

Y es en el quinto apartado en el que la vida vuelve con todo su esplendor, incluso en el taller del carpintero renacen los objetos llenos de vida: los relojes de bronce, la vanidad, la moda “son otros tantos síntomas de vida que anuncian la salud de la gran ciudad”. El arte fatal como sinónimo de riqueza, ahora hace oídos sordos para poder construir un ataúd para el hacedor de tantos que le lucraron. Todo se rebela contra la muerte. Pero, “la Providencia Divina”, sin embargo le ofrece el ataúd que él construyó para el duque, su obra maestra. Con él terminó el cólera y el barrio recobró la alegría de vivir, en eso consiste el nacer. El verso de Garcilaso “coged de vuestra alegre primavera / el dulce fruto” se hace realidad. Es el tiempo de la luz; el poder de ésta sobre las tinieblas. Es la unión del cielo y la tierra. Es sentirse persona, es devolver la alegría a los tristes.

El final del relato es bien elocuente; el cólera se armonizó con una nota musical: “todo lo creado tiene su armonía”; faltaba esta visión, el resto es pura materia: contagio, economía, historia, sufrimiento. Incluso la imagen última no sólo la percibimos sino que también la oímos:

 
     
 

Los que le acompañaban aseguran que dentro del ataúd reso­naba un golpe seco, agudo, monótono, producido, al parecer, por un hierro que percutía sobre otro hierro, como si el muerto rema­chara por dentro los clavos con el martillo que nadie había podido separar de su mano.

 
     
 

Más precisión nos resulta difícil de narrar; el oído, unido a la observación, como aspecto musical, sólo es percibido por la literatura “como campo privilegiado de iluminación de las capas más hondas de la realidad; la literatura ha de ser tomada absolutamente en serio por cuantos tienen la responsabilidad de configurar la vida humana en todas sus vertientes: la personal y la comunitaria, la ética y la religiosa”(8). ¿Por qué no convertir la materia, en este caso el ataúd, en caja sonora, y el martillo en plectro como Pérez Galdós, ilusionado, al final apunta? La expresión galdosiana “soñemos alma, soñemos” reverdece, de nuevo, de ahí la importancia del sustantivo “manía en la última línea del relato: “quien tiene la manía de atender siempre a la parte musical de las cosas”. Galdós, por tanto, evangeliza con la música, aspecto que nos llevaría, incluso, a la glorificación.

Lo primordial es que los lectores/as capten esos sentimientos, que la estructura literaria del relato sea inteligible a la hora de adentrarse en las distintas vertientes de la realidad, pero, al mismo tiempo, adquiera un carácter creador. Es el fruto entre lo creado y lo que, este caso, aconteció y fue padecido por una sociedad que necesitaba ahuyentar el problema. La experiencia y la intuición como dualidad para crear, pero también para comprender lo narrado, por eso la expresividad y la belleza son imprescindibles. La lectura produce pensamientos y el buen pensador es casi siempre creador aunque sólo sea de lenguaje, luego entrará en juego la comprensión, el desbroce del significado; la palabra como casa, como morada para poder captar la realidad ante las diversas formas de lenguaje; la irrealidad no cabe en lo narrado, siempre habrá una luz, un camino para poder llegar a lo concreto, a lo que queremos comunicar. Si no sentimos emoción ante la belleza contemplada por medio de la palabra, difícilmente podremos después convertirla en materia de una obra artística. En expresión horaciana “si vis me fiere, dolendum est primun ipsi tibi”.

Pérez Galdós, en su relato periodístico, no tergiversa la realidad, la observa, intuye los acontecimientos, la plasma, anota con genial sencillez e ironía el trabajo y el pensamiento de una persona hasta su final con imágenes en las que concede a la expresión literaria la altura necesaria como hecho revelador de la realidad en unos días y en un lugar concretos. Se posicionó asiendo la realidad de lo cotidiano, el rostro de la vida; se enfrentó al plano de la vida y de la muerte, a la realidad de la luz y las tinieblas, con los detalles más nimios pero esclarecedores.

La pregunta que nos podemos hacer es si a Pérez Galdós le preocupó más la verdad literaria que la verdad histórica. Como buen novelista quizá prefirió lo verosímil literario al concreto registro histórico. Lo primordial es que vida y literatura llegan a ser una misma cosa, o para ser más exactos literatura siempre. La literatura como clarificadora, como fuente de conocimiento,  como el camino salvador de la palabra, de un hecho que se nos puede escapar en el dato histórico sombrío; la sensibilidad, el sentimiento, la honda realidad  sólo pueden venir de la literatura hecha carne, salvífica; la literatura, en fin, como casa de misericordia.

 
     
  Notas  
     
 

(1) He aquí lo que escribí con motivo de la edición que realicé en la editorial Akal de los Cuentos de Galdós: Una industria que vive de la muerte, aunque está fechado el 20 de noviembre de 1865, se publicó los días 2 y 6 de diciembre del mismo año en La Nación. Se le ha tenido como el primer cuento antes de que se diera a conocer Un viaje redondo por el bachiller Sansón Carrasco. Este cuento puede ser denominado realista ya que el autor recurre a un hecho que él vivió en Madrid al poco de llegar, pero sin olvidar la simbología, porque no es posible describir la realidad sin salirse de ella. José F. Montesinos, pionero en los estudios galdosianos, lo reseña así: “Cosa pobrísima como ficción”. Resulta descorazonador que la primera idea que se le ocurre sea ésta, y además acompañada de un superlativo, cuando debió preguntarse qué pretendió Galdós al escribirlo. ¡Qué grande fue Pérez Galdós al relacionar ruido-música-industria-cólera-muerte! Su pensamiento fue tan lejos que de una frase y de un hecho realiza una obra literaria. Qué más da si el cuento es “fantástico”, “maravilloso”, “real”, “irreal”, “ficción”, etc.

(2) Bozalongo, J., (2009) La casa a oscuras. Madrid, Visor

(3) Según Alberto Dallal en su libro Periodismo y Literatura, “se tienen noticias de que en la Alemania del siglo XVII ya se leían pequeños ´corantos´ y puede situarse en Brena la aparición del primer periódico. Para 1621, Londres atestiguaba la circulación de uno, y, diez años más tarde, París hacía lo mismo. Según Edin Emery, ´un periódico de la corte que comenzó a publicarse en Estocolmo en 1645 sigue apareciendo y es el más antiguo del mundo, de publicación continua”, pág. 25. Cito por la segunda edición corregida y aumentada. México, ediciones Gernika, 1988

(4) Para ampliar estas ideas, véanse mis libros: Literatura y Periodismo hoy. Madrid, Fragua, 2000. Periodismo y Movimientos Literarios Españoles Contemporáneos (1900-1939). Madrid, Huerga/Fierro, 1997. Periodismo y Movimientos Literarios Contemporáneos. Madrid, Laberinto, 2001

(5) En Babelia, El País, 13 de marzo de 2010, pág. 5

(6) En la revista Mercurio, febrero, 2010, pág. 50

(7) Lapesa, R., (2004) Introducción a los estilos literarios. Madrid, Cátedra, pág. 15

(8) López Quintás, A., (1982) Análisis estético de obras literarias. Madrid, Nancea, pág. 60

 
     
  logos