Trama y Fondo
VI Congreso Internacional de Analisis Textual

 

TRAMA Y FONDO EN DOCTOR PASAVENTO DE ENRIQUE VILA-MATAS

     
 

Mª Àngels Cabiró Badimon
Universidad Autónoma de Barcelona

 
     
 

 

Despertar de esta forma me recordó que ya en muchas otras ocasiones había pensado que nuestra identidad es un misterio. (…) Por eso el problema del tiempo nos toca más que los otros problemas metafísicos. Porque los otros problemas son abstractos. El del tiempo es nuestro problema. ¿Quién soy yo? ¿Quién es cada uno de nosotros? (361)(1)
 
     
  Introducción  
     
 

En  Doctor Pasavento encontramos pues una reflexión en relación a la identidad del sujeto moderno. La identidad entendida como acción lingüística y cuestionamiento ético que deviene uno de los motores del relato. Esta exploración identitaria de la vida anímica viene sobretodo representada en su despliegue metafórico y su geografía paseante. Es decir, a mi entender, Vila-Matas utiliza la representación metafórica no solo para ficcionalizar la subjetividad del sujeto y la expresión de sus experiencias y pensamientos de una manera amplia, rica y simbólica; sino también para considerar la metáfora más allá de su vertiente semántica y acercarnos a su vertiente más pragmática, de acción comunicativa entre el autor y el lector. Ello lo consigue con un factor repetición a lo largo del relato, que lo podríamos referir como el paseo de la metáfora misma.

Pero el objetivo de este trabajo es analizar la propuesta autoficcional que Enrique Vila-Matas lleva a cabo en Doctor Pasavento estableciendo interconexiones con los distintos niveles ficcionales de la vida anímica y un acercamiento a la atmósfera  psicoanalítica en ella creada como fondo.

Encontramos a lo largo de la obra la utilización de terminología psicoanalítica. Doctor Pasavento nombra a Freud y a Lacan en diferentes momentos (96, 97, 128, 149). Podemos hallar términos psicoanalíticos claves aunque citados como de pasada: la referencia a la “pulsión por lo pequeño” (127), el “disociar” (344), el “proyectarse” (284), la “fijación” (156), “la sublimación” (274), “el animismo” (199), “la sublimación” (274). Para poder presentar los diferentes espacios de la perspectiva mental ficcionados y su funcionamiento seguiremos la secuencia de su presentación en el texto, en el marco de su estructura externa, que nos viene dada en cuatro partes.
La primera de ellas, “La desaparición del sujeto”, corresponde a un narrador español que nos explica que soñó que a alguien a quien denominaban dottore Pasavento había desaparecido, cerca de Burdeos, en la torre de Montaigne y sin dejar rastro. El dottore se parecía al escritor vasco Bernardo Atxaga, un buen amigo suyo desde hacía muchos años. Así hace su aparición el doctor Pasavento y sobretodo el relato explora desde el principio, desde el incipit, las dos metáforas que serán ejes vertebradores del mismo: “una alameda del fin del mundo” y “la pasión por desaparecer”.

En un primer momento, el protagonista imagina que coge un tren en la estación de Atocha de Madrid para encontrarse con Bernardo Atxaga y que además compra en la estación misma dos de las novelas de las que se decía que habían cambiado la historia de la literatura. Unas semanas más tarde aquello imaginado se convierte en realidad. El protagonista es invitado realmente a Sevilla para dialogar con Bernardo Atxaga sobre las relaciones entre la realidad y la ficción. Va pensando en qué tema tratar y finalmente decide explicar la historia de la rue Vaneau. Podemos decir que explora y entreteje a lo largo de todo el relato diferentes niveles de la ficción y sus fronteras mentales, es decir: aquello soñado, con aquello imaginado, con aquello vivido, con aquello desaparecido, con aquello recordado,…todo ello desde la interrogación.

Por lo tanto, Doctor Pasavento parte de una metáfora central, “una alameda del fin del mundo” para acceder a un espacio mental inefable, otra realidad, una realidad psíquica que el narrador sitúa en la línea de la sombra, en zonas extrañas y misteriosas, que citando el propio texto nos dice que:

 
     
 

“(...) adoro, además, esa línea de sombra que, al cruzarla, va a parar al territorio de lo desconocido, un espacio en el que de pronto todo nos resulta muy extraño, sobre todo cuando vemos que, como si estuviéramos en el estadio infantil del lenguaje, nos toca volver a aprenderlo todo, aunque con la diferencia de que, de niños, todo nos parecía que podíamos estudiarlo y entenderlo, mientras que en la edad de la línea de sombra vemos que el bosque de nuestras dudas no se aclarará nunca y que además, lo que a partir de entonces vamos a encontrar sólo serán sombras y tinieblas y muchas preguntas”(33).

 
     
 

Muchas preguntas que le sirven para explorar la identidad del sujeto moderno y dibujar contornos, fronteras y establecer vinculaciones. Por ejemplo, nos dice: “¿Usted cree que, en el mundo actual, vamos camino de la pérdida de todo sentido? (51), “¿Está loca nuestra especie?” (311). En definitiva, Doctor Pasavento nos habla de esa trama específicamente humana que el sujeto interioriza en el decurso temporal de su vida, sea consciente o no de ella, ofreciéndonos una de sus formas. El doctor Pasavento se dispone, nos dice, a: “tratar de conocer un poco más al género humano” (86).

En el viaje que realiza a Sevilla con el tren de alta velocidad va pasando por los diferentes pueblos que le ayudaran a preguntarse sobre la historia del sujeto en relación a la subjetividad moderna. Pero cuando llega a su destino, un desconocido en la misma estación de tren de Santa Justa de Sevilla asume su identidad cogiendo el taxi que le correspondía coger a él. En este momento decide aprovechar la situación para desaparecer. Decide esconderse durante 11 días como lo hizo en su día Agatha Christie, a la que buscaron por todas partes. La conocida crítica, Cristina Oñoro, nos explica como es habitual en las obras de Vila-Matas que sus personajes paseen y viajen, para hacer de sí mismos un mapa y un conocer de su propia geografía. Veremos como la referencia a Walser es constante, tanto a su vida como a su obra, de forma explícita como implícita en la construcción de los personajes de Doctor Pasavento.

Por eso, en la segunda parte, “El que se da por desaparecido”, empieza a encontrar países, Nápoles, luego se dirige a París… Siempre está alerta, con el miedo a ser descubierto, pero ahora es un doctor  retirado en psiquiatría  y escritor oculto.

Sabremos que el doctor Pasavento estuvo casado, pero de manera repentina, su esposa lo dejó por otro hombre con el que marchó a Malibú, California. Aquella desaparición lo impactó profundamente, tuvieron una hija, Nora, que falleció a causa de las drogas cuando tenía quince años. Todo este pasado traumático le lleva al doctor Pasavento a reflexionar sobre los temas de Vila-Matas de siempre: la soledad, la locura, el silencio, la libertad. Pero aquí desde la proximidad con Walser y sus palabras: sus “rincones”, sus “regiones inferiores”, sus “ceros a la izquierda”, su “sombrero”.

Paseando mentalmente por Nápoles, reencuentra una antigua conocida chica jovencita de Valladolid que trabajaba en la recepción del Instituto Cervantes de Nápoles a la que no había visto desde hacia quince años, Leonor. Ellos dos tuvieron una relación afectiva pero ella lo dejó por otro profesor, Ricardo Morante, ante el miedo a ser descubierta por su esposa, la esposa del doctor Pasavento. Morante era un sabio con memoria y salud mental inestable. Este personaje le permite reflexionar en relación a aspectos críticos de la ciencia sobre la salud mental y la literatura. Dado que el doctor Pasavento visita en dos ocasiones al antiguo profesor Morante no llegando a saber si está loco o quizás solo lo está un poco. Se establece un intercambio de papeles, una exploración de los límites, no sabiendo quien es el que padece un trastorno mental.

También el profesor Morante presenta muchas similitudes con Robert Walser, porque escribe microtextos que nos recuerdan de inmediato a los microgramas de Walser. Se trata de aquellos escritos que a partir de la década de los años veinte hasta 1933 (año en que entra en el primero de sus dos manicomios, el de Waldau y que deja de escribir definitivamente) Walser escribía entonces con letra minúscula. Ello estaría relacionado con la segunda metáfora, “la pasión por desaparecer”, este tipo de escritura en lápiz y cada vez más pequeña, “más cerca de la desaparición, del eclipse”, de la nada. Y con la primera, “la alameda del fin del mundo”, para referirse al manicomio de Herisau.

En el primer paseo visitan el Vesubio, el volcán, que les lleva a las “regiones inferiores” de Walser, que son aquellas cosas minúsculas a las que se llega gracias a la asociación de ideas, la “pulsión por lo pequeño”. El segundo paseo lo realizan el día de Navidad recordando a Walser que falleció un 25 de diciembre de 1956 y, también, recordando otro tipo de paseo en relación a su propia infancia, la del propio autor, el Passeig de San Joan de Barcelona  lo relata cómo representando el centro de su universo y donde “el fin del mundo” representa entonces el crecer, hacerse mayor y el desaparecer en el mundo de los adultos. Pero el doctor Pasavento se despide de Morante, deja Nápoles, deja el Hotel Troisi, y se queda solo con el maletín rojo de su abuela, “el sombrero de fieltro” de Morante, el sombrero de Walser y “el dormilón” napolitano que está en todos los pesebres navideños de Nápoles, un chico que yace y duerme eternamente.

En la tercera parte, “El mito de la desaparición”, el doctor Pasavento despierta con una memoria compacta trasplantada y acabará convertido en el doctor Ingravallo. Gracias a las transformaciones que sufre su memoria recupera una antigua variante de la voz de Serge Reggiani, una de sus canciones, “Je ne suis jamais seul avec ma solitude”. Así es como lleva a cabo un trabajo de “desintegración de ese yo” ficcional, como nos explica el narrador(2) no es la “típica construcción literaria en la que se refleja la elaboración de un paisaje mental y la fuerza creativa de un yo, sino más bien un trabajo de desintegración de ese yo, realizado con admirable paciencia y ninguna soberbia” (205).

Después de consultar su correo por Internet, ve confirmada la invitación de su amiga Yvette para impartir una conferencia en el departamento de la Universidad de San Gallen. Quiere aproximarse a Walser, por eso visita Herisau; quiere encontrar un lugar para desaparecer que sea mejor que Paris y así conseguir no ser nadie. Y continúa la exploración de las fronteras en la conferencia sobre la antipsiquiatría.

Finalmente, en la cuarta parte, “Escribir para ausentarse”, y realizando ahora una visita en solitario a Herisau, se reencuentra con Farnese y un grupo de “enfermos y enfermeros” que están ensayando una obra de teatro sobre el mundo de Walser. Farnese le explica la técnica terapéutica que consiste en “medicinarlos” con representaciones teatrales, dado que favorecen el carácter que les falta a los enfermos. El doctor Pasavento le propone a Farnese el título de Los Pasaventos para poder disgregar su personalidad y así poder desaparecer. Es así como busca convertirse en un Pichon o Pynchon estando en Lokunowo. Podemos ver una posición crítica en relación a la psiquiatría y sus zonas oscuras (106-108) presentándolo como un querer saber qué le pasaba a Walser, como dice el crítico Masoliver, se interesa por “el don de la locura” (2007: 374).

Aparecen las visitas al doctor Humbol en distintas ocasiones para explicarle su experiencia sobre la rue Vaneau y este le deja el libro de Emmanuel Bove, Mis amigos. El doctor Humbol lee las tentativas y acaba afirmando que las considera actos de afirmación de su yo y que, por lo tanto, pueden ser consideradas como horizontes de microscópica escritura libre. Y nuevamente los papeles se cambian y es el doctor Humbol que acaba explicándole su propia historia inverosímil.

Finalmente, el doctor Pasavento busca una supuesta normalidad decidiendo realizar vacaciones dirigiéndose a Sevilla, a la Cartuja, donde intenta presentarse con la máxima puntualidad pero con un año de retraso. Es así como da por acabada la reconstrucción de su identidad. Desea abandonar Lokunowo, continua diciendo que no quiere ser nadie, pero se da cuenta que tiene la cabeza atravesada por una larga metáfora.

 
     
  La atmósfera psicoanalítica  
     
 

Quizás la temática de la identidad le lleva fácilmente a remover el pasado infantil inevitablemente, pero a más a más del interés por la temática familiar, podemos identificar como una cierta atmósfera que nos recuerda al mundo psicoanalítico que le permite ficcionalizar esta trama específicamente humana y darle forma.

Encontramos en Doctor Pasavento una referencia al “animismo” (199). Y nos recuerda a Freud cuando nos hablaba del animismo como un sistema de pensamiento que nos permite entender la totalidad del universo a partir de un solo punto, de su esencia, y  sabemos que dentro de las técnicas animistas Freud situaba la magia. La magia contagiosa por contigüidad, y la magia imitativa por similitud. Siempre teniendo presente que aquello que mueve los procedimientos mágicos son los deseos de los hombres.

Freud hablaba de la omnipotencia de los pensamientos como una manera de pensar regida por el pensamiento animista, mágico. Hablaba del mundo neurótico donde solo es eficaz aquello pensado con intensidad, aquello representado con afecto, con independencia de su correspondencia con la realidad objetiva exterior, y que, a mi entender, vendría a representar el “Fortis imaginatio generat casum” (12) del que nos habla Doctor Pasavento. En este sentido, diríamos que el relato pone el acento en una forma de pensar y no en la realidad objetiva del vivenciar.

Estos procesos de similitud y contigüidad marcan para Freud los principios esenciales de los procesos asociativos de la mente y “lo que explica toda la insensatez de los procedimientos mágicos”, nos dice (Freud, 1913:86). Que trasladándolo a la ficción de Doctor Pasavento, nos permite acceder a una articulación de un estilo muy propio, porque nos lleva a un espacio más allá, como de microscópica elaboración que nos recordaría el mundo de la elaboración onírica, y que le sirve a Vila-Matas para marcar una comicidad inteligente.

Para poner un ejemplo, citaría la descripción del aspecto físico del personaje Ingravallo cuando nos dice “...con un peinado moderno que imitaba las formas de un radiador y con andares de oso babeante –porque así empecé a imaginarlo-, todo un señor especialista en neuroquímica del cerebro”. La similitud con las formas que puede dejar el peine le sirve de puente con las formas del radiador que hacía poco le había servido como objeto representante de la locura: “Ni siquiera ante mí mismo había sido capaz de disimular el hecho de que estaba angustiado. Y entonces había visto al radiador de la calefacción sonreír. Hasta ahí podíamos llegar, me había dicho a mí mismo. ¿Me había estado destrozando lentamente la excesiva soledad de los últimos días? Tras preguntarme esto, vi al radiador sonreír sarcásticamente desde su imperturbable quietud radiadora.” (166). El proceso de transformación de la experiencia de una imagen en rayas para representar el estado de inquietud excesiva, el rallarse, y para acercarse a la movilidad de representaciones siguiendo el camino de las similitudes estrambóticas, nos recuerda a los fenómenos oníricos.

Otra asociación inevitable al mundo freudiano seria cuando Doctor Pasavento nos habla “del gemido del viento en las chimeneas” (197), dado que parecería inevitable no pensar en Breuer y su enferma Anna O, que es quien nos hablaba del “talking cure” (“cura de conversación”) o el nombre humorístico que la propia enferma le puso, el “chimney-sweeping” (“limpieza de chimenea”). Breuer denominó a su procedimiento el método catártico, recogiendo la reflexión de Aristóteles sobre la tragedia. Fue el precursor del método psicoanalítico de la libre asociación. Para decirlo de alguna manera, “la cura de conversación” haría que el proceso de la represión se invirtiera. En Doctor Pasavento nos lo recuerda como estrategia literaria. Acercando de esta manera, una cierta correspondencia entre la cura literaria y la cura psicoanalítica, que le permite al escritor una figuración reiterada de la realidad.

Pero, “el gemido del viento en las chimeneas” sobre todo nos viene referenciado en relación a la locura, nos dice textualmente:

 
     
 

”Pero ¿por qué dices eso, estás seguro de que te impresiona el gemido del viento en las chimeneas?, me pregunté de repente a mí mismo. Bajé los brazos, renuncié a escribir el breve mensaje. “Tal vez tu cuerpo está bajo de electricidad”, oí que decía el doctor Ingravallo. “¿De electricidad?”, le pregunté. “Necesitas que alguien te cargue las baterías”, dijo Lobo Antunes. Miré y no había nadie. Me dije que no era mi enloquecimiento tan noble como el de Hölderlin o como el de Walser, pero no podía negarse que no estuviera yo tocado por “el viento de la demencia”, que era como llamábamos a la locura en el hospital de Manhattan. (198).

 
     
 

Más adelante en el texto, a corta distancia, se le añade un elemento de sobredeterminación a la “chimeneas”, ahora referido a la vía de la industria química o del medicamento (221), reuniendo así dos vías terapéuticas, y terminando reflexionando sobre los efectos de una aspirina en nuestro cerebro y pensamiento (180). Siempre con Walser en el horizonte, aceptando y desmintiendo al mismo tiempo, su desequilibrio mental (184, 227).

El narrador se acerca a Walser de una forma cercana y empática. Intenta penetrar con el pensamiento y el sentimiento en la “persona” de Walser, no solo se le acerca como escritor o personaje literario, sino que lo quiere “percibir” en su cotidianidad, dice: “No me lo podía imaginar, por ejemplo, sentado en esta cama junto a mí, o comprando aspirinas en la farmacia Dupeyroux, o tomando un café en el bar de la esquina” (204). También toma medidas en relación a él: “...Cuando él había caminado por última vez por los infinitos senderos nevados de Appenzell, yo tenía ya ocho años y acababa de hacer la primera comunión y el futbolista Pelé (por poner un ejemplo bien prosaico) se preparaba para sorprendernos, dos años después, en los Mundiales de Suecia.”(204).
Así construye un espacio propio de relación con él, con: “Su leyenda literaria -esa biografía tan fascinante del escritor callada durante veintitrés años en un manicomio rodeado de nieve- había hecho que le hubiera visto siempre a una distancia irreal e infinita. Ni se me ocurría pensar que había sido un ser vivo que fumaba cigarrillos y los aplastaba en el suelo de las carreteras y luego pateaba con humana obstinación los caminos nevados. “(204 y 205). “Sin apenas darme cuenta, me había ido acercando a través de su leyenda y de la lectura de sus libros, pero también me había ido acercando –de forma casi imperceptible para mí mismo- a su país, a sus paisajes, y finalmente al hombre mismo”(207). Siempre con el recurso narrativo de mezcla entre vida y literatura, que aunque el yo narrativo se presente como simulacro podemos establecer correspondencias fácilmente con el yo del autor.

Doctor Pasavento acaba realizando el despliegue de una identidad textual, fragmentada y múltiple en la que nos ha presentado a sus cuatro padres, ocho abuelos, dos infancias, dos juventudes, dos edades maduras, dos padres ahogados, un matrimonio fallido, una hija muerta. Siempre en exploración y creación de los espacios de uno, de los propios límites en relación al otro y la exploración de sus fronteras. Por ello nos lleva a un espacio de confusiones, de frontera geográfica y mental para hablarnos de Basilea. Busca un lugar para “crear mi propio lenguaje” (278), nos dice, “…Porque aquí no hay nadie que esté loco, precisamente porque todo el mundo lo está” (281). “Las fronteras quedan por momentos reducidas a un simple juego. En Dreilandereck uno puede sentirse siempre a un solo paso de la gran frontera de fronteras, la frontera que las borra todas, es decir, el futuro, la frontera de todos” (341). El gusto por las palabras ambiguas.
Recordemos, también, como desdibuja los límites en sus personajes, siempre forzando un intercambio de papeles o identidades. Recordemos al doctor Pasavento y el profesor Morante, o al doctor Farnese y el grupo de “enfermos y enfermeros”, o entre el doctor Pasavento y el doctor Humbol, o cuando visita al doctor Kägi y le explica sus intenciones o de ejercer como médico o ser ingresado, que le da lo mismo.

El doctor Pynchon (con y)  representa la última de sus identidades, representa “…Una locura en libertad, sin encierro en Herisau. Una vida más próxima a la vida. Una vida de un don nadie sin nadie.” (292). Una nueva identidad que podría estar representando al enfermo mental contemporáneo, un lugar al que llama Lokunowo, “Lugar Nuevo o Locus Solus, es decir, Lugar Solitario” (296) y siempre desde una aproximación interrogativa:” ¿Y qué esperaba yo? ¿Acaso no hacía ya días que había percibido que mis amigos psiquiatras actuaban con respecto a mí de la forma que en los últimos meses venía actuando todo el mundo, es decir, con una perfecta despreocupación por mi suerte? (317). O cuando se decide a consultar al doctor Humbol, “¿Aprueba usted mi visión del mundo? Fui psiquiatra para ganarme la vida, pero en realidad siempre quise ser escritor para explicar que, aunque no entendamos nada, la literatura le da sentido a todo” (319). Es esta reiterada y tozuda interrogación que lo lleva a preguntarse sobre la diferencia entre Pinchon o Pynchon, es decir, con i o con y, diferencia que solo se hace visible en la escritura y que oralmente resta invisible. Nuevamente, nos podría hacer pensar en la correspondencia que apuntalábamos entre la cura psicoanalítica y la cura literaria, con esa tozuda insistencia en la letra, en la palabra, en “Basilea”, las vacilaciones y sus equívocos.

Hemos hablado de los procedimientos mágicos incorporados en el relato, pero no de los procedimientos ominosos que incorpora en el tratamiento de la historia de la rue Vaneau. Todo un juego narrativo para hacer coincidir aquello imaginado y deseado con la realidad material. Juego que crea unas supuestas fuerzas ambiguas de conexión entre los dos mundos transmitiendo una tonalidad cómica y grotesca que siguen marcando  estilo. Incorpora un factor de repetición de aquello igual que le añade una significación secreta y adicional al relato. La historia de la rue Vaneau se convierte en un peligro latente procedente de una reiteración de coincidencias y asociaciones. Todo ello nos remite al conocido trabajo de Freud, “Lo ominoso”, que sería un punto de partida para nuevas reflexiones.

 
     
  Notas  
     
 

(1) Las páginas referenciadas entre paréntesis corresponden todas ellas a la novela de Doctor Pasavento de Enrique Vila-Matas (2005), Anagrama, “Narrativas hispánicas”, Barcelona, segunda edición de 2005.

(2) Esa paradoja de la destrucción que lleva a la construcción del sujeto que señala la crítica Casas Baró aunque hablando de otra de sus obras (2007:103).

 
     
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